Pablo: Reavivado por una pasión
viernes, 17 dic. 2021
Mantengamos firme
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23).
“El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”, dijo Federico García Lorca. “El fin de la esperanza es el comienzo de la muerte”, expresó Charles De Gaulle. ¿Cómo hacer entonces para mantener firme y viva la esperanza? Pablo siempre enfatiza la gloriosa esperanza del creyente.
Cuando la esperanza está puesta en Cristo y en su fidelidad, y miramos hacia delante, hacia su venida, la mantenemos firme, sin fluctuar ni oscilaciones, con paciencia, fidelidad y perseverancia. La generación de israelitas que salió de Egipto fluctuó en Cades-barnea, debilitó su fe, fragilizó la esperanza y no pudo entrar en la Tierra Prometida.
Dios es fiel en cumplir sus promesas: tanto en la liberación de Egipto, como en el acompañamiento en la travesía y la entrada en Canaán; desde la liberación del poder del pecado hasta la entrada a las bendiciones presentes y eternas. No hay motivos para fluctuar. Su muerte asegura nuestra vida.
Eran las tres de la tarde de un viernes bastante convulsionado. Quien había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, para traer vida en abundancia, inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los mortales inclinan la cabeza como efecto de la muerte, pero Jesús la inclinó antes de morir. Nadie le quito la vida, él la puso voluntariamente.
“Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer, y con su último aliento exclamó: ‘Consumado es’. La batalla había sido ganada” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 706).
Entonces, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Este velo, que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo, se rasgó por una mano invisible, por un poder sobrenatural. Y eso sucedió en la hora del sacrificio, porque el sacrificio de Jesús terminaba con todos los otros sacrificios. El velo impedía el acceso a la presencia de Dios. La muerte de Cristo quitó el velo. Así, el acceso quedó libre y directo.
La destrucción del pecado y de Satanás, como también la redención del hombre, estaban aseguradas para siempre. Por esto, Pablo dice que mantengamos firme, sin fluctuar, nuestra esperanza, porque la evidencia de su fidelidad y la fortaleza de nuestra esperanza están firmadas con la propia sangre de Cristo.
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