Pablo: Reavivado por una pasión
jueves, 07 oct. 2021
Una luz que nunca será apagada
“El propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, de buena conciencia y fe no fingida” (1 Timoteo 1:5).
Ciertos hermanos de Éfeso habían entrado en largos e infructuosos debates de mitos y genealogías interminables, y habían perdido la esencia del evangelio. Por eso, Pablo desafía a Timoteo a propiciar un ambiente de amor en la iglesia y le da tres consejos:
1-Es necesario tener un corazón limpio. La verdadera religión no se limita a ceremonias o manifestaciones externas; el poder de Dios transforma el interior: los pensamientos, los sentimientos y los motivos. Significa incluir todos los rasgos deseables de carácter y excluir los indeseables. No se trata tan solo de agua por fuera, sino primeramente por dentro.
2-Es necesario tener una buena conciencia. Es la facultad interior de la mente que juzga la rectitud moral de los pensamientos, las palabras y las acciones, independientemente de los gustos o las inclinaciones de la persona. La palabra conciencia significa “conocer con”; es el juez interno que nos acusa cuando hacemos lo malo y nos aprueba cuando hacemos lo correcto.
Pablo menciona una conciencia buena, sin ofensa, iluminada, limpia, en la fe; pero también habla de una conciencia débil, cauterizada y corrompida, que ha llegado a ser insensible a sus culpas por causa de permanecer mucho tiempo en el pecado. Solo la humilde dependencia y la absoluta confianza en el Señor nos proveen de una buena conciencia.
3-Es necesario tener una fe no fingida. Esto implica una fe sin excusas, sin disimulos, sin apariencias, sin hipocresía. Algunos hablan tan “lindo” que nunca deberían bajarse del estrado, pero viven tan “feo” que nunca deberían subirse a él.
Elena de White nos cuenta de la fe no fingida, sino comprometida, que sostuvo a tales reformadores como los valdenses, Wyclef, Lutero, Zuinglio y los que se unieron a ellos, aceptando la infalible autoridad de las Sagradas Escrituras como regla de fe y conducta. Negaban a papas, concilios, patriarcas y reyes el derecho de dirigir sus conciencias.
“La fe en Dios y su palabra sostuvo a estos santos varones al dar su vida en la hoguera. Cuando las llamas iban a apagar su voz, le decía Latimer a Ridley, su compañero de martirio: ‘Ten buen ánimo, que hoy, por la gracia de Dios, confío en que encenderemos en Inglaterra una luz que nunca será apagada’ ” (Testimonios selectos, t. 2, p. 191).
“Señor, danos un corazón limpio, una buena conciencia y una fe no fingida. Danos una fe tan evidente que encendamos una luz perdurable con consecuencias de eternidad”.
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