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sábado, 29 de mayo de 2021

Reformas en el vestir

El Vestido de la mujer debería estar suspendido de los hombros. 
A Dios le agradaría que hubiera más uniformidad en la manera de vestir de los creyentes. 
El estilo de vestir adoptado en tiempos pasados por los cuáqueros es el menos objetable. 
Muchos de ellos han renegado de esta costumbre, y aunque conservan la uniformidad de color, han consentido en el orgullo y la extravagancia, y sus vestidos han sido confeccionados con el material más costoso. 
Sin embargo, su selección de colores sencillos y la disposición modesta y pulcra de sus vestidos son dignas de imitación por parte de los cristianos. (2MS 538.2).

Los hijos de Israel, después que fueron sacados de Egipto, recibieron la orden de colocar una sencilla cinta azul en el borde de sus vestiduras, para distinguirlos de las naciones circundantes y para dar a entender que eran el pueblo peculiar de Dios. 
👉👉👉 En la actualidad no se requiere que el pueblo de Dios coloque un distintivo especial sobre sus vestiduras. Pero en el Nuevo Testamento con frecuencia se nos señala el Israel de la antigüedad como ejemplo. 
Si Dios dio instrucciones tan definidas a su pueblo de la antigüedad concernientes a su manera de vestir, ¿no tomará en cuenta el vestido de su Pueblo en esta época? 
¿No debería distinguirse del mundo por su manera de vestir? 
¿No debería el Pueblo de Dios, que es su especial tesoro, procurar glorificar a Dios aun en su vestimenta? 
¿Y no deberían sus hijos ser ejemplos en lo que concierne a su manera de vestir, y con su estilo sencillo reprochar el orgullo, la vanidad y la extravagancia de los profesos cristianos que son mundanos y amantes del placer? 
Dios requiere esto de su Pueblo. 
El orgullo es censurado en su Palabra. (2MS 538.3).

Pero hay una clase de personas que habla insistentemente del orgullo y la vestimenta, y que sin embargo descuida su propia indumentaria, y que piensa que es una virtud ser sucios y vestirse sin orden ni gusto; y su ropa a menudo tiene el aspecto de haber ido volando y de haber caído sobre ellos. 
Sus prendas de vestir están sucias, y sin embargo tales personas se atreven a hablar contra el orgullo. 
Clasifican la decencia y la pulcritud en la misma categoría que el orgullo. 
Si hubieran estado entre el pueblo que se reunió alrededor del monte para escuchar la ley promulgada desde el Sinaí, habrían sido expulsadas de la congregación de Israel porque no habrían obedecido el mandamiento de Dios: 
“Y laven sus vestidos”, como preparación para escuchar su ley dada con terrible majestad. 
(2MS 539.1).

👉👉👉 Los Diez Mandamientos promulgados por Jehová desde el Sinaí no pueden vivir en los corazones de personas de hábitos desordenados y sucios. 
Si el Israel de la antigüedad no podía ni escuchar la proclamación de esa Ley Santa, a menos que obedeciera la orden de Jehová y lavara sus vestidos, ¿cómo puede esa ley santa ser escrita en los corazones de personas que no tienen limpio el cuerpo, la ropa ni la casa? 
Es imposible. 
Su profesión puede ser tan elevada como el cielo, y sin embargo no tiene nada de valor. 
Su influencia disgusta a los incrédulos. 
Y habría sido mejor que hubieran permanecido siempre fuera de las filas del pueblo leal de Dios. 
👉👉👉 La Casa de Dios es deshonrada por tales profesos cristianos. 
Todos los que se reúnen el Sábado para adorar a Dios deberían, hasta donde sea posible, tener un traje pulcro que les siente bien y que sea agradable para llevar a la casa de culto. 
Es una deshonra para el Sábado y para Dios y su casa, que los que profesan creer que el Sábado es el día Santo del Señor y digno de honra, lleven en ese día la misma ropa que han usado durante toda la semana mientras trabajaban en sus granjas, cuando pueden obtener otras. 
Si hay personas dignas que desean honrar de todo corazón al Señor del Sábado, y el culto de Dios, que no pueden conseguir otra muda de ropa, que los que puedan hacerlo les obsequien un traje para el Sábado a fin de que se presenten en la Casa de Dios con una vestimenta limpia y adecuada. 
👉👉👉 A Dios le agradaría que hubiese una mayor uniformidad en el vestir. 
Los que gastan dinero en vestiduras costosas y en adornos superfluos, con un poco de abnegación pueden ejemplificar la religión pura, no sólo mediante la sencillez en el vestir sino también utilizando los recursos que usualmente gastaban en cosas innecesarias, para ayudar a algún hermano o alguna hermana pobre, a quienes Dios ama, a obtener una vestimenta pulcra y modesta. 
(2MS 539.2).

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