domingo, 4 de septiembre de 2022
Lección 11 | Domingo 4 de septiembre EL DIOS DE LA PACIENCIA
Lección 11 | Domingo 4 de septiembre EL DIOS DE LA PACIENCIA Lee Romanos 15:4 y 5. ¿Qué encontramos en estos versículos? Normalmente nos impacientamos por cosas que realmente queremos o que nos han prometido pero que todavía no tenemos. A menudo solo quedamos satisfechos cuando conseguimos lo que anhelamos. Y, debido a que rara vez obtenemos lo que queremos y cuando lo queremos, esto implica que a menudo nos irritamos y perdemos la paciencia. Y, cuando estamos en este estado, es casi imposible mantener la paz y la confianza en Dios. Esperar es doloroso por definición. En hebreo, una de las palabras para “esperar pacientemente” (Sal. 37:7) proviene de otro vocablo que puede traducirse como “estar muy dolorido”, “sacudirse”, “temblar”, “estar herido”, “estar triste”. Aprender a tener paciencia no es fácil; a veces es la esencia misma de lo que significa estar en el crisol. Lee Salmo 27:14; 37:7; y Romanos 5:3 al 5. ¿Qué nos transmiten estos versículos? ¿Hacia dónde conduce la paciencia? Mientras esperamos, podemos concentrarnos en una de dos cosas. Podemos enfocarnos en las cosas que esperamos o en Aquel que tiene esas cosas en sus manos. Lo que marca la diferencia cuando esperamos algo no es tanto el tiempo que tenemos que esperar, sino nuestra actitud mientras esperamos. Si confiamos en Dios, si hemos puesto nuestra vida en sus manos, si le hemos entregado nuestra voluntad, entonces podemos confiar en que él hará lo mejor por nosotros cuando sea mejor para nosotros; aunque a veces resulte difícil creerlo. ¿Qué estás esperando con ansias? ¿Cómo puedes aprender a esperar en Dios y en sus tiempos? Ora para lograr una actitud de total entrega y sumisión a Dios.
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Nuestro maravilloso Dios
domingo, 04 sept. 2022
El último legado de Jesús
«Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes. Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy: yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo». Juan 14:25-27, RVC
LAS PALABRAS DE NUESTRO TEXTO DE HOY son parte del discurso de despedida de nuestro Señor. Fue dirigido a los discípulos en el aposento alto, antes de que partieran al monte los Olivos. *
El discurso comenzó, curiosamente, apenas Judas salió: «Después de que sudas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del Hombre es glorificado, y Dios es glorificado en él”» (Juan 13:31, RVC). ¿De qué habló el Señor? Habló de la gloria de la cruz; de la misión que encargaría sus discípulos, del amor que debía prevalecer entre ellos al anunciar su regreso; y, especialmente, habló de la promesa de su Santo Espíritu.
El divino Consolador, no solo enseñaría «todas las cosas», sino que también les recordaría las grandes verdades que Jesús les había enseñado. Además, haría posible que recibieran, como un don permanente, su último legado, la paz de Cristo: «En su discurso a los discípulos, Jesús no hizo alusión aflictiva a sus propios sufrimientos. Su último legado a ellos fue un legado de paz» (El Deseado de todas las gentes, cap. 73, p. 642).
¿Qué virtud hay en la paz de Cristo? Es la paz que resulta de saber que nuestros pecados han sido perdonados. Es la paz de Dios, «que sobrepasa todo entendimiento», y que guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús. El mundo, con todos sus avances científicos y tecnológicos, no puede dar esa paz; tampoco pueden las riquezas. ¿Por qué? Porque la paz que Cristo da es interna, del corazón; no depende de las cambiantes circunstancias de la vida, y nada ni nadie nos la puede arrebatar porque es la paz que resulta del perdón.
¿Qué concluimos, entonces? Que, gracias al Espíritu, «somos más que vencedores», y que nada «nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom. 8: 37, 39). ¿Puede haber un legado, más grande, más precioso, más valioso que este? ¡Nada se compara con el don de su Espíritu! ¡Nada supera al regalo de su paz!
No permitamos, por lo tanto, que las tristezas y las pruebas nos quiten lo que Cristo ganó para nosotros a un precio tan elevado. La paz que Cristo nos dejó es tu herencia y mi herencia.
¡Reclamemos hoy, por fe, lo que es nuestro!
Gracias, querido Jesús, por el perdón de mis pecados, y porque ese perdón ha traído a mi corazón la paz que nada en el mundo me puede brindar. Por medio de tu Espíritu, permanece en mi corazón, hoy y siempre.
* Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1007.
sábado, 3 de septiembre de 2022
Lección 11: Para el 10 de septiembre de 2022 AGUARDAR EN EL CRISOL Sábado 3 de septiembre
Lección 11: Para el 10 de septiembre de 2022 AGUARDAR EN EL CRISOL Sábado 3 de septiembre LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Romanos 15:4, 5; 5:3-5; 1 Samuel 26; Salmo 37:1-11. PARA MEMORIZAR: “Mas el fruto del Espíritu es [...] paciencia” (Gál. 5:22). Los científicos hicieron un experimento con niños de cuatro años… y malvaviscos. Un científico le dijo a cada niño que podía comer un malvavisco. Ahora bien, si el niño esperaba hasta que el científico regresara de una diligencia, le daría dos. Algunos de los niños llevaron el malvavisco a la boca en cuanto el científico se fue; otros esperaron. Se registraron las diferencias. A continuación, los científicos hicieron un seguimiento de estos niños hasta la adolescencia. Los que habían esperado resultaron tener mejor adaptación, ser mejores estudiantes y más seguros de sí mismos que los que no esperaron. Al parecer, la paciencia indicaba algo mayor, algo importante en el carácter humano. Por ende, no es de extrañar que el Señor nos aconseje que la cultivemos. Esta semana veremos lo que podría estar detrás de algunos de los crisoles más difíciles de todos: el crisol de la espera. Un vistazo a la semana: ¿Por qué a veces tenemos que esperar tanto tiempo? ¿Qué lecciones podemos aprender sobre la paciencia mientras estamos en el crisol?
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Nuestro maravilloso Dios
sábado, 03 sept. 2022
<<Su pecado lo alcanzará»
«Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen», Salmos 17:5
HACE UNOS AÑOS LEÍ EN SELECCIONES un relato muy curioso sobre dos ladrones que robaron unos dos mil dólares en cámaras digitales, en una tienda Wal-Mart de Long Island, Nueva York. Lo que más me llamó la atención fue como los capturaron.
Dice el relato que, cuando los empleados de seguridad revisaron el video de vigilancia, pensaron que no les serviría de mucho porque las imágenes de los sospechosos se veían muy borrosas. Pero entonces apareció una imagen que les llamó la atención: en la grabación se veía a una mujer mientras agarraba la cámara fotográfica de demostración, que estaba encadenada a un mostrador, y luego enfocaba a un hombre que posaba alegremente. « ¿Habrá tomado la foto?» -se preguntaron los investigadores—. «Y la cámara, ¿habrá funcionado?»
De inmediato, llamaron a la sección de Fotografía de la tienda. En efecto, ahí estaba la cámara. Lo mejor de todo es que también aparecía la foto del sospechoso, a todo color. ¡El hombre había posado de lo más feliz! En menos de tres semanas, el ladrón estaba siendo arrestado en su propia casa.*
Al parecer, los ladrones pensaron que la cámara no funcionaría. Más importante aún, --para usar las palabras de Norval F. Pease, pensaron que podían «pecar y, a la vez, ser felices». ** Solo que no les funcionó. ¿La razón? Es imposible para un ser humano vivir en pecado y, al mismo tiempo, ser feliz. Tarde o temprano, «su pecado lo alcanzará» (Núm. 32: 23).
Esto es lo que, según el mismo Norval F. Pease, le ocurrió al profeta Balaam. Creyó que podía pecar y ser feliz, pero finalmente «su pecado lo alcanzó». Ya conocemos la historia. Alarmado porque los israelitas eran muy numerosos, Balac, rey de Moab, intenta sobornar a Balaam para que los maldiga. Para persuadirlo, envía mensajeros cargados de riquezas. En un primer momento, Balaam se niega, pero cuando el rey insiste, esta vez con mayores promesas, Balaam muerde el anzuelo. Solo que cuando intentó maldecir al pueblo de Dios, de su boca solo salieron bendiciones. Quiso combinar el servicio a Dios con el amor por las riquezas, pero fracasó rotundamente, pues «nadie puede servir a dos señores» (Mat. 6:24, NVI).
¿Cómo terminó sus días este «Judas» de la antigüedad? Según dice la Escritura, murió a filo de espada cuando Israel combatió a Madián (Núm. 31: 8). ¿Cuántos pecados causaron su caída? Al igual que Judas, un solo pecado: el amor a las riquezas. Pero ese solo pecado «envenenó todo su carácter y causó su destrucción» (Patriarcas y profetas, cap. 40, p. 427).
¿Cuál debiera ser, entonces, nuestra oración diaria? La misma de David en nuestro texto de hoy:
« [Señor), afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen».
*William, Beaman, Selecciones del Reader's Digest, enero de 2006, pp. 69-70. **Norval F. Pease, En esto pensad, Pacific Press, 1970, p. 131
viernes, 2 de septiembre de 2022
Lección 10 | Viernes 2 de septiembre PARA ESTUDIAR Y MEDITAR
Lección 10 | Viernes 2 de septiembre PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: Lee Elena de White, El ministerio de curación, “Importancia del verdadero conocimiento”, pp. 358, 359; El Deseado de todas las gentes, “El Sermón del Monte”, pp. 265-281; El evangelismo, “Calificaciones esenciales del obrero”, p. 632. “Las dificultades que hemos de arrostrar pueden ser muy disminuidas por la mansedumbre que se oculta en Cristo. Si poseemos la humildad de nuestro Maestro, nos elevaremos por encima de los desprecios, los rechazos, las molestias a las que estamos expuestos diariamente; y esas cosas dejarán de oprimir nuestro espíritu. La mayor evidencia de nobleza que haya en un cristiano es el dominio propio. El que bajo un ultraje o la crueldad no conserva un espíritu conf iado y sereno despoja a Dios de su derecho a revelar en él su propia perfección de carácter. La humildad de corazón es la fuerza que da la victoria a los seguidores de Cristo; es la prenda de su conexión con los atrios celestiales” (DTG 268, 269). PREGUNTAS PARA DIALOGAR: 1. La humildad ¿en qué medida nos permite “elevarnos por encima” de las heridas y las molestias? ¿Cuál crees que es la característica más importante de la humildad que nos permite hacer esto? 2. En tu cultura, ¿cuánto se valora la humildad y la mansedumbre? ¿Se las respeta o se las desprecia? ¿Qué tipo de presiones enfrentas en tu cultura que atentan contra el desarrollo de estas características? 3. ¿Existen grandes ejemplos de mansedumbre y humildad en gente que vive actualmente? Si es así, ¿quién es, cómo manifestó estos rasgos y qué puedes aprender de ella? 4. ¿Por qué muchas veces equiparamos la mansedumbre y la humildad con la debilidad? 5. Vimos que David buscó al Señor como refugio. ¿Cómo funciona esto? ¿Cómo se manifiesta siempre ese refugio? En otras palabras, ¿cómo podemos nosotros, como iglesia, ser un refugio para quienes necesitan un resguardo? ¿Qué tipo de amparo ofrece tu iglesia local? ¿Qué puedes hacer para ayudar a que sea un lugar de refugio para quienes lo necesitan?
Matutina para Adultos
Nuestro maravilloso Dios
viernes, 02 sept. 2022
Dios de maravillas
«Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: "judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras, pues estos no están borrachos, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Pero esto es lo dicho por el profeta Joel: En los postreros días -dice Dios-, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños"». Hechos 2: 14-17
EL PEDRO QUE SE MENCIONA EN NUESTRO TEXTO DE HOY, ¿es el mismo que semanas antes negara a Jesús con maldiciones en sus labios? La respuesta es, sí; el mismo Pedro. Pero, ¿Cómo puede ser que ayer niegue a Jesús y hoy lo proclame «Señor y Cristo» (Hech. 2: 36)?
Hay una explicación. Aunque quien habla en Pentecostés es Pedro; en realidad, no es el mismo Pedro. Este es un Pedro perdonado y, además, convertido. ¿Qué produjo ese cambio tan profundo?
Todo comenzó con la mirada. Después de negar a Jesús, dice la Escritura que «el Señor se volvió y miró directamente a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: “Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces"» (Luc. 22: 61, NVI). En esa mirada, dice El Deseado de todas las gentes, Pedro vio «profunda compasión y pesar, pero no había ira» (cap. 75, p. 672).
Luego Pedro se enteraría de que el ángel que anunció la resurrección lo mencionó a él por nombre: «No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde lo pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo» (Mar. 16:6-7). ¿Por qué lo mencionó por nombre? Porque Pedro necesitaba escuchar que «su arrepentimiento era aceptado, y perdonado su pecado» (ibíd., p. 750).
Finalmente, se produciría el encuentro, junto al mar de Tiberias (Juan 21: 1). Tres veces el Señor le preguntó si lo amaba, y también tres veces le encomendó el cuidado de sus ovejas.
¿Captamos la idea? A ese Pedro, perdonado y convertido, el Espíritu Santo lo escogió para que hablara en el nombre de Dios en el Pentecostés. Ahora la gran pregunta: si Dios perdonó a Pedro, y le asignó una obra, ¿seguiremos pensando que nuestros pecados son tan grandes que Dios no los puede perdonar? ¿Seguiremos pensando que ya no nos quiere usar?
La buena noticia para comenzar este día es que Dios, además de querer perdonarte, por la preciosa sangre del Cordero; también quiere contar contigo para que proclames a su Hijo «Señor y Cristo».
¿Se puede pedir más?
Padre celestial, por fe en la sangre de tu amado Hijo, hoy acepto tu perdón; y también el honor de proclamarlo Señor y Cristo.
jueves, 1 de septiembre de 2022
Jueves 1º de septiembre NUESTRA ROCA Y REFUGIO
Jueves 1º de septiembre NUESTRA ROCA Y REFUGIO Con mucha frecuencia, los más orgullosos, los más arrogantes y agresivos, son los que sufren de baja autoestima. Su arrogancia y orgullo (y su total falta de mansedumbre o humildad) son como una pantalla, quizás hasta en forma inconsciente, de algo que está faltando en su interior. Lo que necesitan es algo que todos necesitamos: una sensación de seguridad, de dignidad, de aceptación, especialmente en tiempos de angustia y sufrimiento. Podemos encontrar eso solamente por intermedio del Señor. En resumen, la mansedumbre y la humildad, lejos de ser atributos de debilidad, a menudo son la manifestación más poderosa de un alma firmemente arraigada en la Roca. Lee Salmo 62:1 al 8. ¿Cuál parece ser el trasfondo de este salmo? ¿Qué quiere destacar David? ¿Qué principios espirituales puedes aprender de lo que él dice? Más aún, ¿cómo puedes aprender a aplicar estos principios en tu vida? “Sin causa alguna, los hombres llegarán a ser nuestros enemigos. Los motivos del pueblo de Dios serán tergiversados no solamente por el mundo, sino también por sus propios hermanos. Los siervos del Señor serán colocados en situaciones difíciles. A fin de justificar la conducta egoísta e injusta de los hombres, se hará una montaña de una insignificancia. [...] Por medio de tergiversaciones, estos hombres serán vestidos con los oscuros ropajes de la deshonestidad, debido a que circunstancias que están más allá de su control confundieron su obra. Se los señalará como hombres en quienes no se puede confiar. Y esto lo harán los miembros de la iglesia. Los siervos de Dios deben armarse con la mente de Cristo. No deben esperar que escaparán del insulto y la tergiversación. Se los tildará de excéntricos y fanáticos. Pero nadie debe desanimarse. La mano de Dios está sobre el timón de su providencia, guiando su obra para la gloria de su nombre” (ATO 175). ¿Cuán inmune eres a los reproches y las observaciones mordaces de los demás? Lo más probable es que no seas tan inmune, ¿verdad? ¿Cómo puedes aferrarte al Señor y anclar tu autoestima en Aquel que te ama tanto que murió por tus pecados, y así protegerte de quienes te desprecian?
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Nuestro maravilloso Dios
jueves, 01 sept. 2022
«Pero Dios...»
«Es difícil que alguien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros». Romanos 5:7-8, RVC
¿QUÉ ES LO MÁXIMO QUE PODRÍAMOS ESTAR DISPUESTOS a hacer por una persona buena, a la que, además, amamos? Sacrificarnos por ella. Pero sabemos que esto es más fácil decirlo que hacerlo, como lo muestra el siguiente relato que cuenta Tony Campolo.
Es la historia de dos amigos que iban viajando por tren en Londres cuando uno de ellos sufrió un ataque de epilepsia. En cuestión de segundos, el hombre cayó al suelo, convulsionando. Sin pérdida de tiempo, el otro se quitó su chaqueta, la enrolló y la puso bajo la cabeza de su amigo en forma de almohada y, mientras secaba las gruesas gotas de sudor en su frente, le hablaba suavemente para calmarlo. Cuando ya lo peor había pasado, lo colocó de regreso en el asiento. Luego explicó por qué ayudaba a su amigo con tanta solicitud.
El caso es que los dos hombres habían batallado juntos en Vietnam. En una ocasión los dos resultaron heridos; él con dos balazos en las piernas y su amigo, uno en el hombro, pero el helicóptero que debía rescatarlos nunca llegó. Entonces él le dijo a su amigo que lo dejara y que él huyera para salvarse, pero no quiso dejarlo. Durante tres días y medio cargó con él, a pesar de estar muy herido.
¿Qué estaba haciendo el ahora por quien le salvó la vida? El hombre explicó que cuatro años atrás, cuando supo de la enfermedad de su amigo, vendió su apartamento en Nueva York y con ese dinero viajó a Londres para cuidar de él.
-Después de lo que mi amigo hizo por mí -dijo—, no hay nada que yo no estaría dispuesto a hacer por él.*
¡Vaya ejemplo de lo que hace el amor por un amigo! ¿Pero haríamos lo mismo por un enemigo? Es aquí donde entra en juego nuestro texto para hoy. «No es fácil —dice Pablo— que alguien esté dispuesto a dar su vida por otra persona, aunque sea buena y honrada. Tal vez podríamos encontrar a alguien que diera su vida por alguna persona realmente buena. Pero Dios nos demostró su gran amor al enviar a Jesucristo a morir por nosotros, a pesar de que todavía éramos pecadores» (Rom. 5: 8, TLA).
¿No es esto grandioso? Dios no esperó a que nos amistáramos con él para amarnos. Tampoco esperó a que nos arrepintiéramos para enviar a su Hijo a este mundo de tinieblas. ¡Cuando todavía éramos rebeldes, Cristo murió por nosotros! ¡Alabado sea Dios!
Gracias, Padre celestial, porque «aun estando muertos en pecados» nos diste vida en Cristo (Efe. 2:5). Ayúdanos a vivir hoy como hijos tuyos que han sido perdonados por la preciosa sangre del Cordero.
*Tony Campolo, You Can Make a Difference, Word Publishing. 1984, pp. 58-59.
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