Nuestro maravilloso Dios
domingo, 28 ago. 2022
« ¿Qué quieres que haga pon ti?»
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá». Lucas 11: 9-10
SI EN ESTE MISMO MOMENTO EL SEÑOR te preguntara: « ¿Qué quieres que haga por ti?», ¿qué le dirías?
La Escritura registra un caso tal, cuando Jesús y sus discípulos se disponían a salir de Jericó, seguidos por «una gran multitud» (Mat. 20:29). Esa gran cantidad de gente va rumbo a Jerusalén, para celebrar la Pascua y, según la costumbre de la época, el Maestro les habla mientras camina. Mientras el gentío avanza, un ciego de nombre Bartimeo está «sentado junto al camino, mendigando» (Mar. 10:46). Apenas Bartimeo oye que entre los viajeros se encuentra Jesús, comienza a gritar a voz en cuello: «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» (vers. 47). Cuando lo reprenden para que se calle, grita entonces con más fuerza. Y Jesús se detiene.
¿Por qué se detiene el Señor? Recordemos que quien pide ayuda es un ciego que tiene que mendigar para poder subsistir. Recordemos, además, que sus gritos impiden que Jesús enseñe a la multitud. ¡En ese momento el hombre es un estorbo! Sin embargo, Jesús se detiene. Aún más, no solo se detiene, sino que lo manda a llamar. ¿Por qué hace estas cosas?
Me gusta la forma como responde Amzi Clarence Dixon cuando escribe que a Jesús «el clamor del alma afligida siempre lo detiene».* Entre enseñar a la multitud y ayudar a alguien en necesidad, ¿qué escoge el Señor? ¡Él siempre escoge ayudar!
« ¿Qué quieres que te haga?», le preguntó Jesús al ciego. Sin pensarlo dos veces, Bartimeo respondió: «Maestro, que recobre la vista» (vers. 51). Al instante, dice la Escritura, «recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino» (vers. 52). ¿No es esto maravilloso? El Señor deja lo que está haciendo para atender el clamor de un hombre ciego y pobre que, muy probablemente, ocupa el lugar más bajo en la escala social de Jericó. Ese clamor fue: « ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!».
Al momento de leer estas líneas, no sé cuál es tu mayor necesidad, pero una cosa sé: cualquiera sea tu problema, tu aflicción, al Señor le importa. Le importa porque por ti derramó su sangre en el Calvario. Le importa porque, eres un hijo, una hija, del Padre celestial. ¿Qué estás esperando, entonces, para pedir al bendito Salvador que tenga misericordia de ti?
Gracias, Padre celestial, porque te interesas en mis necesidades. En el nombre de Jesús, te pido que las suplas de acuerdo a tu voluntad. Por sobre todo, te pido que tengas misericordia de mí; que me perdones, y que mores siempre en mi corazón.
Amzi Clarence Dixon, citado en Warren W. Wiersbe, comp., Classic Sermons *on* the Miracles of Jesus, Kregel, 1995, p. 116
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