Nuestro maravilloso Dios
lunes, 01 ago. 2022
«Dame un Lázaro, Señor»
«Muchos de los judíos que habían ido para acompañar a María, y vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en él». Juan 11:45
SAMUEL CHADWICK (1860-1932) tenía apenas quince años cuando sintió que Dios lo estaba llamando a predicar su Palabra, pero no tenía dinero, ni tampoco buena salud. Entonces decidió trabajar en un molino doce horas al día y estudiar otras cinco en su casa durante la noche. Seis años después ya estaba recibiendo su primera oportunidad como evangelista laico. Pero se le presentó otro problema: su predicación no estaba dando frutos. ¿Qué hizo entonces el joven Samuel?
El relato de lo sucedido lo cuenta Warren W. Wiersbe. Samuel le pidió a un grupo de miembros de su congregación que oraran por un reavivamiento. El, por su parte, comenzó a estudiar la Palabra en busca de dirección divina. Fue así como en una de sus lecturas, Samuel llegó al relato de la resurrección de Lázaro. De todo el pasaje, le llamó particularmente la atención nuestro texto de hoy, donde el apóstol Juan escribe que muchos de los que presenciaron la resurrección de Lázaro, creyeron en Jesús (Juan 11: 45). ¡Ahí estaba la respuesta a sus oraciones!
— ¡Dame, Señor, un Lázaro! dijo Samuel en oración. ¡Necesitamos un Lázaro!
Al cabo de pocos días, llegó a la iglesia «el borrachito del pueblo», un tal Robert Hamer, a quien apodaban Bury Bob. Este hombre, según cuenta Wiersbe, era el azote del pueblo, pues no se cometía un delito en el cual él no estuviera involucrado. Sin embargo, esa noche el pecador más notorio de la comunidad decidió no consumir más alcohol y manifestó su deseo de estudiar la Biblia. Poco después Bury Bob aceptaría a Jesús como su Salvador.
El efecto fue inmediato. Su conversión fue seguida por otras y el anhelado reavivamiento se hizo realidad. A partir de esa experiencia escribe Wiersbe- Samuel Chadwick no dirigía una iglesia o conducía una campaña evangelística sin pedirle a Dios que le diera un Lázaro. «Nunca estará vacía una iglesia — llegó a decir Samuel Chadwick, que haga de la conversión de las almas su rasgo distintivo».*
Hay varias lecciones que se derivan de este simpático relato. Una es que nadie, ni siquiera el peor pecador del pueblo, está fuera del alcance del poder perdonador de Dios. La otra es que, «cuando el pueblo de Dios ora, suceden cosas maravillosas».
Oremos, entonces, no solo por nosotros, sino también por nuestras congregaciones. Pidamos a Dios que derrame su Santo Espíritu, con toda su plenitud, en nuestras iglesias. El resultado será que el mismo poder que levantó a Lázaro de la tumba se manifestará entre nosotros de tal manera que otros, al ver semejante manifestación del poder divino, también creerán.
Padre celestial, derrama sobre tu pueblo tu Espíritu Santo, de modo que se produzca entre nosotros un poderoso reavivamiento «que empiece primero en mi».
*Warren W. Wiersbe, Victorious Christians You Should Know, Baker Book House, 1984, p. 121.
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