Nuestro maravilloso Dios
domingo, 31 jul. 2022
«Ven y ve»
«Al siguiente día estaba otra vez Juan, y con él dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: "Éste es el Cordero de Dios!" Los dos discípulos lo oyeron hablar y siguieron a Jesús. Volviéndose Jesús y viendo que lo seguían, les dijo: "¿Qué buscáis?" Ellos le dijeron: "Rabí -que significa Maestro-, ¿dónde vives?"». Juan 1:35-38
NUESTRO TEXTO DE HOY es sin duda uno de los pasajes más hermosos de todo el Nuevo Testamento, quizá por la cantidad de detalles significativos que incluye. El pasaje comienza con Juan el Bautista cumpliendo la obra para la cual había nacido en este mundo: señalar a Jesús como el Cordero de Dios. Dos de sus discípulos, al escucharlo, siguen a Jesús. Uno de ellos era Andrés, el hermano de Pedro. El otro, según El Deseado de todas las gentes, era Juan, «el que iba a ser el evangelista» (cap. 14, p. 117). Cuando Jesús se da cuenta de que lo están siguiendo, les pregunta: « ¿Qué buscan?». Entonces ellos responden con otra pregunta: « ¿Dónde vives?».
« ¿Dónde vives?» ¿No se les pudo ocurrir preguntar otra cosa? ¿Qué le habrías preguntado tú al Señor? A simple vista, la pregunta de Andrés y Juan parece irrelevante, pero no lo es en absoluto. Aparentemente, lo que estos dos discípulos querían era tener suficiente tiempo para hacerle a Jesús muchas preguntas. ¿Qué mejor ambiente para hacerlas que el lugar donde el Maestro moraba?
«En una breve entrevista a orillas del camino ---leemos en El Deseado de todas las gentes—, no podían recibir lo que anhelaban. Deseaban estar a solas con Jesús, sentarse a sus pies, y oír sus palabras » (ibíd.). ¡Y eso fue exactamente lo que sucedió! En respuesta a la invitación del Señor —«Vengan a ver», los dos discípulos «fueron y vieron dónde vivía, y se quedaron aquel día con él, porque era como la hora décima» (Juan 1: 39); es decir, alrededor de las cuatro de la tarde.
Nunca sabremos lo que hablaron en esa entrevista nocturna, pero una cosa sí sabemos: esa conversación con Jesús tiene que haber impresionado profundamente a Andrés, porque lo primero que hizo después de haber estado en compañía del Salvador fue compartir las buenas nuevas con su hermano Simón: «Hemos encontrado al Mesías», le dijo (vers. 41).
Hoy es también tu privilegio «estar a solas con Jesús, y oír sus palabras». Puedes traerle tus cargas y preguntarle todo lo que te confunde. Lo mejor es que el acceso a él es libre, incondicional, y sin límite de tiempo.
¿Demasiado bueno para ser verdad? Prueba a ver qué pasa, comenzando hoy mismo. De hecho, su invitación para ti es: «Ven y ve». Querido Jesús, al igual que Andrés y Juan, me propongo pasar más tiempo «a solas contigo, sentarme a tus pies, y oír tus palabras». De esta manera, Señor, quiero tener un encuentro personal contigo cada día y así poder anunciar a otros que tú eres el Mesías.
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