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jueves, 14 de julio de 2022

Matutina para Adultos

Nuestro maravilloso Dios 
 jueves, 14 jul. 2022 
 La pregunta que Eva no hizo 

 «La serpiente [...] le preguntó a la mujer: "Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?". "Podemos comer del fruto de todos los árboles –respondió la mujer-. Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán'"». Génesis 3: 1-3, NVI 

  DIOS LE HABÍA DICHO A ADÁN: «Si comes del árbol del conocimiento del bien y del mal, ciertamente morirás» (ver Gén. 2: 16-17); pero la serpiente le dijo a Eva: «No morirás».

¿Cuál era el problema de fondo en esta «contradicción de señales» que la serpiente presentó a Eva? Según Clifford Goldstein, se trataba de un asunto de autoridad. Basado en su propia autoridad, como Creador, Dios había ordenado no comer del árbol prohibido. La serpiente lo contradijo dando a entender, muy sutilmente, que la orden de Dios era egoísta, lo cual se demostraba por el hecho de no querer compartir su conocimiento del bien y el mal.

Las palabras de la serpiente dejaron a Eva con solo dos opciones: obedecer al Creador o a la criatura. Es aquí donde entra en juego el título de nuestra reflexión para hoy. La pregunta que Eva nunca hizo a la serpiente era: « ¿Con qué autoridad hablas tú? ¿Con qué autoridad alegas que, al comer del fruto prohibido, llegaremos a ser “como Dios, conocedores del bien y del mal”»? Por supuesto que la serpiente no tenía autoridad alguna; sin embargo, logró engañar a Eva. ¿Por qué? Porque Eva excluyó a Dios de su decisión. Su caída comenzó, no cuando tomó del fruto prohibido, sino cuando ignoró a Dios como la autoridad suprema del universo.

¿Qué utilidad puede tener este hecho tan antiguo hoy, para ti y para mí? Mucho, porque cada día enfrentamos el mismo dilema de Adán y Eva: ¿Quién es la autoridad suprema de mi vida? Bien lo expresó Goldstein: « ¿Seguimos al Señor y le permitimos que sea Dios? ¿O nos convertimos nosotros mismos en la autoridad definitiva y así llegamos a ser nuestros propios dioses?».*

Sea que estés enfrentado alguna fuerte tentación, o que tengas que tomar una importante decisión y no sabes qué hacer, «deja que Dios sea Dios»; es decir, coloca en sus manos el gobierno de tu vida. Él es tu Creador, y sabe mejor que nadie lo que más te conviene. Por otra parte, cuando la senda del deber no esté del todo clara para ti, recuerda las siguientes palabras: «Podemos estar seguros de que todo lo que contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás» (Patriarcas y profetas, cap. 3, p. 35).

Amado Jesús, hoy te invito para que seas la autoridad suprema en mi corazón. Quiero que seas, no solo mi Salvador, sino también mi Señor.

*Clifford Goldstein, Por sus llagas, APIA, 2000, p. 23.

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