Nuestro maravilloso Dios
domingo, 19 jun. 2022
Tus huellas, mis huellas
«Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes». Deuteronomio 6: 6-7
HE LEÍDO QUE EN LAS AFUERAS de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, hay un parque nacional con un aviso para el público que dice: «Esta es su herencia. No saque nada excepto fotografías. No deje nada, salvo sus huellas».*
«No deje nada, salvo sus huellas». ¿No es esto, precisamente, lo que ocurrirá cuando dejemos este mundo? Nada podremos sacar de él cuando partamos, y solo dejaremos nuestras huellas. ¿Qué dirán de nosotros esas huellas? ¿Serán -como escriben Earnie Larsen y Carol Larsen Hegarty-, para gloria o para vergüenza?**
Estas preguntas me hicieron pensar en mis huellas; las que dejaré en las vidas de las personas más cercanas a mí, especialmente mis hijos. ¿Cómo me recordarán ellos? Si, como dice Elena G. White, «los padres deben considerar que están en el lugar de Dios para sus hijos» (Conducción del niño, cap. 74, p. 453), ¿cuán bien, o mal, he representado a Dios ante ellos? ¿Habré presentado ante ellos algo de la compasión de Dios y de su fidelidad, de su ternura y su bondad?
Si eres padre, o madre, hoy es un buen día para pedirle a Dios que te capacite, por medio de su Santo Espíritu, para representarlo bien ante tus hijos. No hay una obra más importante que esta porque, como bien lo dice el mismo libro, «la obra de santificación comienza en el hogar» (p. 454); y quienes «son cristianos en el hogar, serán [también] cristianos en la iglesia y en el mundo» (Ibíd.).
Papá, mamá, no hay un honor más grande conferido a mortales que ser representantes de Dios ante nuestros hijos. De hecho, se nos dice que «la madre que educa a sus hijos para Cristo está tan ciertamente trabajando para Dios como el ministro en el púlpito» (Patriarcas y profetas, cap. 17, p. 147).
Nada podremos sacar de este mundo, y nada dejaremos, excepto nuestras huellas. ¡Que esas huellas glorifiquen el nombre de Dios en la vida de nuestros hijos y de todo aquel con quien nos relacionamos a nuestro paso por este mundo!
Padre bendito, ayúdame a entender que «el que sea santo en el cielo, debe ser primero santo en la tierra» (Conducción del niño, cap. 74, p. 454), Ayúdame a representarte bien, hoy y siempre, comenzando en mi propio hogar.
*Guillermo L. Barclay. Mediante su Espíritu. ACES, 1973, p. 133.
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