Nuestro maravilloso Dios
viernes, 17 jun. 2022
Escoger entre «dos amores»
«Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, dio orden de pasar al otro lado. Se le acercó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré adondequiera que vayas"». Mateo 8: 18-19
¿QUIÉN FUE ESE ESCRIBA que, según nuestro texto para hoy, prometió seguir a Jesús adondequiera que el Señor fuera? De acuerdo a El Deseado de todas las gentes, fue Judas (cap. 30, p. 264).
¿Creía Judas que Jesús era el Mesías prometido? Ciertamente. «Judas creía que Jesús era el Mesías; y uniéndose a los apóstoles esperaba conseguir un alto puesto en el nuevo reino» (Ibíd.). No solo creía que Jesús era el Mesías, sino que además «tenía algunos preciosos rasgos de carácter que podrían haber hecho de él una bendición para la iglesia» (p. 266). Pero Judas tenía un serio problema: su amor al dinero.
En su corazón dos poderes estaban rivalizando: su naciente atracción hacia Jesús y el amor al dinero. El Señor lo sabía y, para brindarle toda la ayuda que necesitaría en su lucha contra el mal, lo colocó en estrecho contacto consigo: «Si quería abrir su corazón a Cristo, la gracia divina desterraría el demonio del egoísmo, y aun Judas podría llegar a ser súbdito del reino de Dios» (p. 265).
En otras palabras, Judas lo tuvo todo a su favor, sin embargo, se perdió para siempre. ¿Por qué? El siguiente relato, que cuenta Guillermo L. Barclay, nos ayuda a entender lo que ocurrió en su corazón. Cuenta Barclay que un día entró a una tienda de una ciudad asiática para hacer compras. Mientras regateaba precios, vio un nicho en la pared con una figura finamente labrada. Entonces preguntó al comerciante cuánto costaba.
-No está a la venta -respondió el hombre, categóricamente. Mi familia ha adorado esta imagen durante generaciones y me propongo legarla a mi hijo mayor cuando yo muera.
A pesar de la negativa, Barclay no se dio por vencido. Insistió una y otra vez, mejorando cada vez más la oferta. Al fin, después de mucha insistencia, el hombre no pudo ya resistir la tentación, ¡y terminó vendiendo al «dios» de la familia! Cuenta Barclay que todavía conserva la imagen, no como objeto de culto, por supuesto, sino «como recuerdo de quienes están dispuestos a vender sus dioses por un precio».*
¿No fue esto lo que sucedió también con Judas? La avaricia llegó a ser «el motivo predominante de su vida» y al final «el amor al dinero superaba a su amor por Cristo» (El Deseado de todas las gentes, cap. 76, p. 678).
¡Ay, Judas! ¡Pensar que tenías «algunos preciosos rasgos de carácter»!
Bendito Jesús, ocupa tu trono en mi corazón, de modo que mi amor por ti no sea uno entre varios, sino que sea el motivo dominante en mi vida.
*Guillermo L. Barclay, Mediante su espíritu, ACES, 1973, p. 65.
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