Nuestro maravilloso Dios
sábado, 21 may. 2022
«Críame este niño, y yo te lo pagaré»
«Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado». Hebreos 11:24-25
«CRÍAME ESTE NIÑO, Y YO TE LO PAGARÉ». ¿Recuerdas quién dijo estas palabras? Fue la hija de faraón. Había ido al río con sus doncellas, para bañarse, cuando vio una canasta que suavemente se movía en la ribera del Nilo. Envió a una de sus doncellas a buscarla y, ¡sorpresa! Cuando la abrió, vio a un hermoso niño que lloraba.
Entonces, el momento preciso, aparece en la escena María, la hermana mayor del bebé. Le pregunta a la princesa si desea que ella busque a una nodriza hebrea para que lo críe, ¡y ella acepta! En ese mismo instante se podría decir que comenzó a escribirse una de las páginas más gloriosas de la historia. Porque con la velocidad de una flecha, ¡María busca a Jocabed para que «haga el trabajo»!
«Críame este niño, y yo te lo pagaré». La princesa pensaba que simplemente estaba contratando a una empleada, pero por la mente de Jocabed pasaban otras ideas. Ella criaría al niño, ¡pero para Dios! A partir de ese instante, ella sería la influencia dominante en la vida de Moisés. Era una esclava, sin estudios, pero tenía fe en que Dios usaría a su niño para bendición de su pueblo y de la humanidad. Y aunque no vivió para ver el Éxodo, Jocabed recibirá su recompensa de manos de Dios, en la vida eterna. ¡Cuán grande será su gozo al reunirse con su hijo en la Patria celestial!
¿Cuánto tiempo estuvo Moisés bajo su influencia? No lo sabemos, pero tiene que haber sido suficiente tiempo como para que el niño aprendiera a temer más a Dios que al faraón: «Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado».
Si eres madre, o esperas serlo, recuerda que el mismo Dios que bendijo a Jocabed, anhela bendecirte hoy: «El que dijo: “Dejad los niños venir a mí, y no los impidáis”, sigue invitando a las madres a conducir a sus pequeñuelos para que sean bendecidos por él. Aun el lactante en los brazos de su madre, puede morar bajo la sombra del Todopoderoso por la fe de su madre que ora» (El Deseado de todas las gentes, cap. 56, p. 484).
Recuerda también que, aunque no veas en esta vida el fruto de tus esfuerzos, tu recompensa la recibirás en el reino de los cielos. ¡No puedes imaginar lo grande que será esa recompensa!
Gracias, Padre, por nuestras madres, y por lo que ellas significan para la humanidad. Concédeles hoy tu bendición, y danos el gozo de verlas en la Patria celestial.
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