Nuestro maravilloso Dios
lunes, 02 may. 2022
Perdonar como somos perdonados
«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Mateo 6:12
VICTORIA, UNA EXGERENTE DE UNA AGENCIA DE COBROS, regresaba a su hogar en Long Island, después de asistir a un recital de su sobrina de catorce años. Ya era tarde en la noche, y anhelaba llegar cuanto antes a casa y poder descansar. No imaginaba que en cuestión de segundos su vida cambiaría para siempre.
Son casi las 12:30 a.m. cuando el auto de Victoria se aproxima a una intersección. En el sentido opuesto, se acerca a toda velocidad un Nissan color plateado. Los pasajeros son un grupo de antisociales en busca de aventura. Uno de ellos, un joven de 18 años de nombre Ryan, asoma la cabeza por la ventana y arroja un pavo congelado de nueve kilos. El proyectil atraviesa el parabrisas del auto de Victoria y la golpea brutalmente en la cara. El impacto le quiebra casi todos los huesos de la cara, desfigura el rostro y le causa daños en el cerebro.
Al poco tiempo, Ryan es arrestado. Su delito fácilmente lo podría colocar detrás de las rejas durante unos veinticinco años, pero la condena termina siendo ¡de seis meses de cárcel y libertad condicional durante cinco años!
¿Qué pasó ese 15 de agosto de 2005 para que la justicia diera a Ryan Cushing una pena tan extremadamente leve? Lo que ocurrió ese día en la sala del tribunal fue que Ryan, luego de confesarse culpable de un delito en segundo grado, se acercó al lugar donde estaba Victoria.
-Siento mucho el daño que le causé -dijo, con lágrimas en sus ojos.
-Y yo te perdono -respondió Victoria, mientras lo abrazaba y le acariciaba el cabello-. Quiero que hagas de tu vida lo mejor.
Lo que ocurrió ese día fue que la víctima pidió clemencia para el culpable, y al final otorgó el perdón al ofensor.
¿Qué habrías hecho tú? Mi primera reacción al leer de este hecho fue indignación. ¡Ese delincuente casi le quitó la vida a esa pobre mujer! ¡Y le desfiguró el rostro para siempre! Pero luego pensé en Victoria, y leí que esta valiente mujer ha dedicado su vida a hablar a otros del poder terapéutico del perdón. También pensé en que este joven recibió, aunque no la merecía, una segunda oportunidad. Entonces, finalmente, me pregunté: «¿No fue esto, en un grado infinitamente mayor, lo que nuestro Señor hizo por quienes se burlaban de él mientras sangraba en la cruz?» «¿No fue esto lo que también hizo por mí?».
Gracias, Padre, porque la sangre de Jesucristo ha perdonado mis pecados. Ayúdame a perdonar a quienes me han herido así como tú me has perdonado.
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