Nuestro maravilloso Dios
viernes, 22 abr. 2022
Un tesoro en vasijas de barro
«Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros». 2 Corintios 4:7
TODO LO QUE WAYNE necesitaba para ilustrar su sermón era una vasija de barro con una rajadura bien visible. Con este objetivo en mente, recorrió varios viveros, sin éxito alguno, hasta que por fin encontró lo que deseaba. Era un tiesto viejo y sucio que, por lo visto, tenía mucho tiempo arrinconado en ese lugar, y con una fisura bien visible.
-¿Cuánto cuesta? —preguntó Wayne a la empleada de la tienda.
-¡No se preocupe! le respondió-. Se lo puede llevar gratis.
-En su camino a la caja registradora Wayne vio el precio en la etiqueta: $ 11.95.
—¿Sabe qué?-dijo Wayne-. Me gustaría pagar por él.
—No tiene que pagar nada por ese viejo tiesto.
-¡Pero de verdad quiero pagar por él! -insistió Wayne.
-¡Está bien! Lléveselo por dos dólares.
Aunque Wayne insistió en pagar el precio que marcaba la etiqueta, la empleada no discutió más. Tomó la tarjeta de crédito e hizo el cobro. Cuando vio el recibo, Wayne notó que la dependiente había cobrado solo cinco dólares, pero él ya no quiso insistir más. A fin de cuentas, ¡acababa de experimentar en la vida real el punto que deseaba ilustrar en su sermón! Para la empleada del vivero el tiesto no valía nada, pero para él era un objeto de gran valor. ¿Por qué? Porque él tenía un propósito especial para el viejo tiesto; ese hecho, lo convertía en valioso ante sus ojos. A la mente de Wayne acudieron entonces las palabras del apóstol Pablo: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro».*
¿Quiénes son los vasos de barro? Tú y yo. ¿Y cuál es el tesoro? «El conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo». A pesar de ser como tiestos de barro -frágiles, imperfectos, defectuosos— en la cruz el amado Hijo de Dios pagó, no una parte, sino el precio completo por nuestra salvación. ¿Por qué lo hizo? Porque vio en ti y en mí seres de inmenso valor. Y ahora su deseo es que hablemos a otros de ese precioso tesoro que es Cristo el Señor.
Gracias, Padre, porque a pesar de mis imperfecciones, con su sangre tu amado Hijo pagó el precio completo por mi salvación. Ayúdame hoy a compartir con otros ese precioso tesoro que he encontrado en Cristo Jesús, mi Salvador.
*Wayne Young, «More than Cracked Pots», en Adventist Review, 12 de febrero de 2009, pp. 22-23.
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