Nuestro maravilloso Dios
sábado, 16 abr. 2022
«El Señor los necesita»
«Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al Monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: "Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y en seguida hallaréis una asna atada y un pollino con ella. Desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dice algo, contestadle: El Señor los necesita, pero luego los devolverá "». Mateo 21:1-3
DE ACUERDO A NUESTRO PASAJE DE HOY, ¿cómo supo Jesús que la asna estaba exactamente en ese lugar, que estaba atada y que un pollino se encontraba a su lado? Según El Deseado de todas las gentes, lo supo porque por virtud de su divinidad, conocía de antemano las circunstancias del caso (cap. 63, p. 538).
Sin embargo, no es este hecho lo que más llama mi atención de este pasaje, sino lo que un autor llama «el uso no común que Dios da a lo común».* ¿Qué quiere decir? Pues, ¿puede haber algo más común, más «ordinario» que una bestia de carga? Aun así, fue a uno de esos animales que el Rey escogió para hacer su entrada triunfal a Jerusalén.
Pero no es solo el pollino. Es larga la lista de «cosas ordinarias» que en la Escritura se usan como medios para cumplir los propósitos de Dios: la vara de Moisés, el cordón de grana que Rahab ató a la ventana para señal a los israelitas, la honda que David usó para matar a Goliat, la quijada de asno que Sansón usó para matar a mil filisteos, el pesebre donde el Niño durmió, el almuerzo de un jovencito que Jesús multiplicó, la cruz donde Jesús murió...
¿Captamos la idea? La lista es tan extensa que bien podríamos construir algo así como una Galería de lo Ordinario. Todo lo cual nos lleva a la siguiente pregunta: si Dios puede usar cosas tan ordinarias para lograr resultados extraordinarios; si puede incluso convertir una cruz de tortura en un instrumento de salvación, ¿no podría también usar nuestros talentos ordinarios para hacer maravillas en su nombre? ¿No podría él, además, usar hoy nuestros pequeños actos de servicio -un vaso de agua al sediento, un bocado de pan al hambriento, una visita al enfermo— para su honra y gloria?
El mensaje está claro: no importa si nuestros talentos son pocos o muchos, si nuestras capacidades son ordinarias o extraordinarias, o si nuestros recursos son escasos o abundantes, el punto es que el Señor los necesita, y hoy es nuestro privilegio usarlos en su servicio.
«La pregunta que más nos interesa no es: ¿Cuánto he recibido?, sino, ¿qué estoy haciendo con lo que tengo?» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 25, p. 264).
Amado Jesús, sé que no poseo talentos ni recursos extraordinarios, pero si los necesitas, úsalos Señor, de acuerdo a tu voluntad y para tu gloria. ¡No hay mayor privilegio que poder servirte!
*Max Lucado, And the Angels Were Silent. The Final Weck of Jesus, Multnomah Publishers, 1992, p. 55
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