Nuestro maravilloso Dios
martes, 22 mar. 2022
Dios al principio, y también al final
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Génesis 1:1
SON APENAS CINCO PALABRAS, pero dicen tanto: «En el principio creó Dios...». - ¿Qué significado han de tener para un cristiano esas milenarias palabras? Especialmente, ¿qué utilidad práctica pueden tener hoy para quienes vivimos en un mundo que dista mucho de ser lo que era cuando salió de las manos del Creador? ¿Qué sentido pueden tener para el padre que no sabe de dónde vendrá el dinero para alimentar a sus hijos? ¿Para el joven que ahora mismo está luchando por vencer una adicción? ¿Para el enfermo, el afligido, el solitario?
«En el principio creó Dios...». Estas cinco palabras significan que todo comienza con Dios. La Escritura no explica cómo, pero basta con saber que el principio del universo, y particularmente de la vida en este planeta, es personal. No somos el producto de un principio impersonal que durante millones de años, regido por las leyes del azar, culminó con la aparición de la vida. No. Un Ser todopoderoso pensó en nosotros, y nos creó a su imagen y semejanza. ¿Por qué nos creó, siendo que no nos necesitaba él para existir? Porque «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Y ese amor consiste, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero (vers. 10).
«En el principio creó Dios». ¿Cuáles son las implicaciones que se derivan de estas cinco palabras? Dos, entre muchas. Una la menciona John Stott cuando escribe que la religión de la Biblia es la religión de un Dios que siempre toma la iniciativa; un Dios a quien nunca podemos tomar por sorpresa, porque siempre está ahí <al principio».*
Antes de que existiéramos, escribe Stott, ya Dios estaba ahí, «al principio». Antes de que lo buscáramos, ya él nos buscaba. ¿No es esto maravilloso? Cuando por nuestros pecados merecíamos la muerte, ya Dios estaba ahí, «al principio», proveyendo un Sustituto, el «Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Apoc. 13: 8, RVC). Cuando, cansados de vagar por este mundo, decidimos buscar a Dios, ya él había tomado la iniciativa de buscarnos. ¡Y nos encontró!
La otra implicación: si Dios estuvo «al principio» de todas las cosas, ¿no es razonable pensar que también estará al final de la historia de este mundo? Y si, como dice la Escritura, fue Dios quien comenzó en nosotros su buena obra (ver Fil. 1: 6), ¿no es razonable pensar que él mismo se asegurará de terminarla?
Gracias, Padre, porque siempre estás «al principio de todo lo bueno. En el nombre de Cristo, te pido que completes la obra que comenzaste en mí.
* John Stott, Basic Christianity. William Eerdmans, 1971, p. 1.
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