jueves, 3 de marzo de 2022
Jueves 3 de marzo ELLOS VERÁN SU ROSTRO
Jueves 3 de marzo ELLOS VERÁN SU ROSTRO Lee Hebreos 12:22 al 24. ¿En qué sentido hemos llegado a la Jerusalén celestial, ante la presencia de Dios? Se argumenta que los creyentes se han “acercado” al monte Sion, la Jerusalén celestial, mediante la fe. En este sentido, su experiencia anticipa el futuro. Por lo tanto, la Jerusalén celestial pertenece al Reino de las cosas “que se espera[n]” y de “lo que no se ve” pero que, sin embargo, se nos garantizan mediante la fe (Heb. 11:1). Si bien esto es cierto, no es el significado completo de este pasaje. También hemos llegado al monte Sion, a la misma presencia de Dios, a través de nuestro representante Jesús (Efe. 2:5, 6; Col. 3:1). La ascensión de Jesús no es una cuestión de fe, es un hecho. Es esta dimensión histórica de la ascensión de Jesús lo que aporta convicción a la exhortación de Hebreos de mantenernos firmes en nuestra confesión (Heb. 4:14; 10:23, RVA-2015). Pablo dice: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos [...] acerquémonos, pues, conf iadamente” (Heb. 4:14, 16). Por ende, ya hemos llegado a través de nuestro Representante, y debemos actuar en consecuencia. A través de él, hemos “saboreado el don celestial” y hemos “experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero” (Heb. 6:4, 5, NVI). La realidad de la ascensión y el ministerio de Jesús en el Santuario celestial es una “segura y firme ancla del alma” (Heb. 6:19), la garantía de que las promesas tienen fundamento y son dignas de confianza (Heb. 7:22). Para nosotros, la fe tiene un ancla histórica. Sin embargo, el propósito de Dios se cumplirá no solo en Jesús, sino también en nosotros. Hemos dicho que la ascensión de Jesús cumplió la tipología de las dos primeras peregrinaciones anuales de Israel, la Pascua y el Pentecostés. Según Hebreos y el libro de Apocalipsis, la última peregrinación, la fiesta de los Tabernáculos, aún no se ha cumplido. La celebraremos con Jesús, cuando estemos en la “ciudad [...] cuyo arquitecto y constructor es Dios”, en la Patria celestial (Heb. 11:10, 13-16). No construiremos tabernáculos, sino que el Tabernáculo, o Tienda, de Dios descenderá del cielo, y viviremos con él para siempre (Apoc. 7:15–17; 21:1–4; 22:1–5; Núm. 6:24-26). ¿Cómo podemos aprender a hacer que la promesa de la vida eterna dé frutos para nosotros ahora, en medio de un mundo tan lleno de dolor y sufrimiento? ¿Qué respuesta puedes dar a quienes dicen que todo esto es solo una fantasía para ayudarnos a sentirnos mejor con nuestra vida aquí y ahora?
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