Nuestro maravilloso Dios
lunes, 14 feb. 2022
¿Es ciego el amor?
«Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido». 1 Corintios 13: 1, NVI
¿ES CIEGO EL AMOR? Esta es la pregunta que se discutía en una clase de la Escuela Sabática de una iglesia a la que asistí, precisamente cuando se celebraba el Día del Amor y la Amistad. Después de unos minutos de discusión, la conclusión fue que la ceguera no está en el amor, sino en la pasión. Muy de acuerdo.
Recordemos que fue en un arrebato de pasión que Siquem violó a Dina, la hija de Jacob (ver Gén. 34); y fue también como consecuencia de una pasión incontrolada que Ammón, hijo de David, violó a Tamar, su medio hermana (2 Sam. 13). El amor, en cambio, no es ciego; todo lo contrario: ve muy bien. Ve en el ser amado lo que otros no ven; ve cualidades que para los demás pasan fácilmente inadvertidas. La razón por la que esto ocurre la expresa muy bien Jan Vanier cuando dice que amar es revelar a una persona la belleza que hay en su corazón.* Es decir, la belleza de la persona está ahí, pero son los ojos del que ama los que la perciben.
Ahora bien, ¿significa esto que somos ciegos a los defectos de la persona que amamos? No. Sabemos que tiene defectos, porque nadie es perfecto. Lo que sucede es que no permitimos que esos pocos defectos nos impidan percibir toda la belleza que hay en el corazón del ser amado. Para decirlo lisa y llanamente, ¿quién va a estar viendo defectos cuando hay tanta virtud, tanta bondad que ver? ¿Y quién va a querer hablar de uno que otro defecto, cuando esta persona tiene tantas cualidades?
Hoy es un buen día para para dar gracias a Dios por nuestros seres amados. También lo es para decirles lo mucho que los amamos; lo mucho que significan en nuestra vida. Esto último es muy importante. No es suficiente con que percibamos la belleza que hay en su corazón; hemos de revelárselo; de hacérselo saber. ¿Por qué ha de ser así? Porque, como bien lo dice Elena G. White, «el amor no puede durar mucho si no se le da expresión» (El hogar cristiano, cap. 16, p. 92).
Claro, mañana también podríamos decírselo; pero, ¿por qué dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?
Padre celestial, dame ojos como los del Señor Jesús, para ver lo bueno que hay en las personas que están a mi alrededor, comenzando con mis seres queridos. Y dame palabras amables, palabras de aliento para hacerles saber lo mucho que significan en mi vida.
*Jean Vanier, citado por Peter van Breemen en The God Who Won? Let Go, Ave Maria Press, 2001, p. 98.
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