Nuestro maravilloso Dios
jueves, 27 ene. 2022
Ver rostros
«Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento». Juan 9:1
UNA DE MIS HISTORIAS FAVORITAS de la Biblia es el relato de la curación del ciego de nacimiento, registrada en el capítulo 9 del Evangelio de Juan. Aunque parezca extraño, me gusta especialmente por la manera como comienza el relato: «Al pasar Jesús vio a un ciego de nacimiento».
¿Qué de especial tiene el hecho de que el Señor haya visto a este ciego? Lo especial es, precisamente, que Jesús lo haya visto; es decir, que se haya fijado en él. Es verdad que también la gente veía a este ciego cada día, ¿pero quién se fijaba en él?
Jesús vio en este hombre lo que los demás no veían: su rostro. Y en ese rostro pudo ver el dolor y el sufrimiento de un ser que era prácticamente invisible para la multitud. Este es uno de los atributos singulares de nuestro Señor: nadie es invisible para él. No importa cuán grande fuera la multitud, o cuán difíciles las circunstancias que lo rodearan, él siempre veía rostros; veía seres humanos; veía a hijos e hijas de Dios.
No hace mucho leí una experiencia que vivió el autor Mark Buchanan que ilustra bien este punto. Mark había sido invitado para que hablara a personas que estaban luchando con diferentes adicciones. Como pastor, él había planificado predicar un sermón apropiado para ese tipo de público y al final, como de costumbre, hacer una aplicación espiritual.
Cuenta Mark que cuando llegó al salón solo vio a un grupo de adictos al sexo, al alcohol, a las drogas... Entonces ocurrió algo que cambió radicalmente su percepción. El líder del grupo pidió a cada persona que dijera su nombre y la razón por la cual estaba ahí. Cada uno dio su nombre y brevemente habló de sus luchas, de sus fracasos, de sus aspiraciones. Al instante, el cuadro cambió; en lugar de un grupo de adictos, Mark vio rostros, vio seres humanos con profundas necesidades. Entonces también cambió por completo el enfoque de su sermón. En lugar de hablar a un grupo de adictos, habló a personas, a hijos e hijas de Dios que desesperadamente estaban tratando de encontrar un punto de apoyo para su vida.*
¿Qué vemos en nuestros familiares, en nuestros vecinos, en nuestros compañeros de trabajo? ¿Qué vemos en la gente que nos está haciendo la vida imposible? Que Dios nos ayude para ver en cada ser humano a un hijo, una hija, de Dios. Y que nos ayude a verlos como Jesús los ve: no como son en ese momento, sino como podrían llegar a ser, transformados por su gracia.
Padre amado, por medio de tu Santo Espíritu, capacítame para ver en cada ser humano un ser valioso por el cual Cristo sufrió y murió.
*Mark Buchanan, Your God Is Too Safe, Multnomah Publishers, 2001, pp. 156-159.
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