Nuestro maravilloso Dios
sábado, 22 ene. 2022
Perteneces a Dios
«¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños». 1 Corintios 6: 19, NVI
UNO DE MIS RELATOS FAVORITOS de toda la Biblia tiene como protagonista al apóstol Pablo cuando navegaba rumbo a Italia para comparecer ante el César. Un centurión de nombre Julio representaba a la autoridad romana y la nave trasportaba a unas 276 personas.
Según el relato de Lucas, la nave se desplazaba bajo una suave brisa cuando, repentinamente, se desató un viento huracanado procedente de Creta. La tempestad embistió con tal fuerza a la nave que los marineros nada pudieron hacer, excepto dejarse arrastrar hacia donde los vientos los llevaran. Pasaron varios días sin que pudieran ver el sol ni las estrellas, y la situación se tornó tan crítica que en un momento dado tuvieron que arrojar al mar la carga con el fin de aligerar la nave.
Ya habían pasado catorce días en medio del agitado mar cuando el apóstol Pablo, poniéndose de pie, se dirigió a los descorazonados viajeros. ¿Qué les dijo, en un momento en el que toda esperanza de salvación se había extinguido?
«Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, y me ha dicho: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César, además, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. Por tanto, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho"» (Hech. 27: 23-25).
«El Dios de quien soy y a quien sirvo». ¡Qué declaración tan poderosa! Recordemos que Pablo era uno de los prisioneros a bordo. ¿Y qué dice este «prisionero»? Dice: «Soy de Dios y sirvo a Dios. Y ese Dios a quien obedecen los vientos me ha comunicado por medio de su ángel que ninguno de ustedes va a morir. Por lo tanto, ¡anímense!».
¿Sabes lo que más me gusta de este relato? Que tú y yo también podemos, en este instante, decir como Pablo: «Soy de Dios, y sirvo a Dios».
Sea que sople la brisa fresca, o que nos golpee la tempestad, pertenecemos a Dios por creación y redención. Esta es la base de nuestra identidad. Además, servimos a Dios. Este es nuestro mayor privilegio. Un privilegio que ningún poder en esta tierra nos puede arrebatar.
¿Se puede pedir más?
Padre, hoy te doy gracias porque te pertenezco, y porque es mi privilegio servirte. No importa cuán difíciles o desalentadoras parezcan las circunstancias que me rodeen hoy, que en todo momento yo pueda abrigar la convicción de que estás conmigo, y de que no hay en esta vida un privilegio que se compare con el gozo de servirte.
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