jueves, 11 de noviembre de 2021
Lección 7 | Jueves 11 de noviembre “NO POR TU JUSTICIA”
Lección 7 | Jueves 11 de noviembre “NO POR TU JUSTICIA” El gran tema de la justificación solo por la fe es fundamental para la religión cristiana; para toda la religión bíblica, en realidad. “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Rom. 4:3). Elena de White lo expresó de la siguiente manera: “¿Qué es justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre y hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mismo. Cuando los hombres ven su propio vacío, están preparados para ser revestidos con la justicia de Cristo” (FLB 109). Sin lugar a dudas, si consideramos quién es Dios y cuán santo es, en contraste con lo que somos nosotros y cuán impíos somos, tendría que ser necesario un acto asombroso de gracia para salvarnos. Y así fue: ese acto de gracia sucedió en la Cruz, cuando Cristo, el inocente, murió por los pecados de los culpables. Con este contexto en mente, lee Deuteronomio 9:1 al 6. ¿Qué le está diciendo Moisés al pueblo que revela de manera dramática la realidad de la gracia de Dios para los indignos? ¿Cómo refleja esto el principio de la justificación por la fe? La enseñanza de Pablo sobre el evangelio se podría resumir en la frase de Deuteronomio 9:5: “No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón” es que Dios te va a salvar. Te salvará a causa de las promesas del “evangelio eterno” (Apoc. 14:6), una promesa que nos fue dada “no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Tim. 1:9; ver además Tito 1:2). Si la promesa nos fue dada “antes del comienzo del tiempo” (NVI), desde luego no podría ser por nuestras obras porque ni siquiera existíamos “antes del comienzo del tiempo” y, por lo tanto, no teníamos obras. En resumen, a pesar de tus faltas, tus defectos, tu terquedad, el Señor va a hacer esta obra maravillosa por ti y en ti. Por lo tanto, como resultado, el Señor te pide que obedezcas a él y a sus leyes. La promesa ya se cumplió: tus obras, tu obediencia, aun si fuesen lo suficientemente meritorias (y por cierto, no lo son), no serán los medios de tu salvación. Son el resultado. El Señor te ha salvado por gracia; ahora, con su Ley escrita en tu corazón y su Espíritu que te da poder, ve y obedece su Ley.
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