Pablo: Reavivado por una pasión
martes, 19 oct. 2021
¿Qué derriba un prejuicio?
“Te encarezco delante de Dios, del Señor Jesucristo y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios [...]” (1 Timoteo 5:21).
Un prejuicio es una valoración mental negativa sobre algo o alguien, que proviene no del contacto directo, sino de una consideración previa sin un conocimiento completo. Existen prejuicios raciales, de género, de clase social, políticos, de edad, profesionales, religiosos, étnicos, éticos, educativos y económicos.
Para los griegos, había dos grupos de personas: ellos y los bárbaros. Estos últimos eran lo que no sabían hablar el idioma griego.
Saulo estaba convencido de que el cristianismo era una plaga. Compartía el orgullo y los prejuicios de su nación, y los alimentaba con celos, especulaciones, fanatismos y superioridad. Hasta que su encuentro con Cristo, registrado en Hechos 9, lo transformó para siempre.
Ahora, años más tarde, aconseja a Timoteo que se circuncide, no porque Dios lo requería, sino para que los prejuicios no debilitaran su ministerio. “Sin embargo, mientras condescendía así con el prejuicio judío, creía y enseñaba que la circuncisión y la incircuncisión nada eran, y que el evangelio de Cristo era todo” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 166)
Además, Elena de White dice que, cuando trabajamos por los prisioneros del prejuicio y la ignorancia, tenemos que ser sabios como Pablo: “Sed muy cuidadosos de no presentar la verdad de una manera que despierte el prejuicio y cierre la puerta del corazón a la verdad [...]. Si el amor de Cristo se revela en todos vuestros esfuerzos, podréis sembrar la simiente de la verdad en algunos corazones, y traerá fruto para su gloria” (El evangelismo, p. 107).
Estábamos con un escribano solicitándole prestado su terreno para colocar una carpa de evangelismo. Estaba a punto de firmar un comodato, cuando su hijo interrumpió gritando: “¡No te metas con religiosos! ¡Yo sé lo que te digo!” Al instante, el padre respondió: “Yo también tenía prejuicios, pero ya no los tengo”, y firmó el comodato que nos autorizaba a utilizar sin costo su propiedad.
¿Qué le hizo perder los prejuicios? ¿Nuestra apariencia? ¿Nuestro ofrecido programa de servicios? ¿Algún conocimiento de los ámbitos institucional o doctrinal? Nada de eso. Simplemente, dijo: “Conozco una abuelita adventista. Si todos los adventistas son como ella, estoy confiado y seguro”.
No prejuzgues. Si Dios no lo hace con nosotros, ¿por qué lo haríamos nosotros con otros? No construyas prejuicios; más bien derríbalos con mucha oración y un buen ejemplo, porque “un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo” (Elena de White, El colportor evangélico, p. 76).
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