Pablo: Reavivado por una pasión
domingo, 12 sept. 2021
“Yo te estaré mirando”
“También sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros” (1 Tesalonicenses 2:11).
Con la fidelidad de un administrador, Pablo sabe que el mensaje es propiedad de Dios. No le pertenece, le ha sido confiado en calidad de préstamo. Por eso, lo defiende, lo protege y hace un uso adecuado. No es un dinero para guardar ni un tesoro para esconder; es necesario invertir el capital, producir y hacerlo crecer.
Pablo sabe que no es el dueño, es un encargado. Sabe que tiene que rendir cuentas. Lo trataron de mercenario y pensaban que quería ganar dinero con ese mensaje, pero él está seguro delante de Dios y de los hombres de ser un fiel administrador de todo el mensaje de Dios.
Pablo era padre espiritual de los creyentes, y un buen padre cuida, sostiene y ejemplifica. Pablo vivió una vida santa, justa, íntegra, irreprensible; siempre próximo a las personas. exhortaba, animaba y consolaba. Los hijos espirituales necesitan un ejemplo para seguir más que una disertación para escuchar.
En 1 Tesalonicenses 2:7, Pablo dice que tuvo ternura y los cuidó tal como lo hace una madre. Pablo no los dejó en manos de niñeras. El mismo que les predicó siguió orando por ellos, y ahora les escribe, los visita y les dedica su tiempo y energías. Fue amoroso, paciente y perseverante.
Mi madre fue una mujer luchadora. Salió de Italia a sus catorce años, escapando de la guerra, y se abrió paso en la vida, sin estudios, sin conocer el idioma, pero conociendo a Dios. En la fábrica donde trabajaba le daban unas galletas para su almuerzo. En vez de comerlas, las traía a casa para mi hermano y para mí. La he visto trabajar incluso ayudando a mi padre a construir la casa. Ahora quiero detenerme en un detalle: ella me llevaba todos los días de la mano hasta la escuela, que distaba a unos setecientos metros de casa.
Lo hizo hasta aquel día en que me ayudó a cruzar la avenida, me colocó en la vereda que iba directo a la escuela, ya sin otras calles que cruzar, y me dijo: “Ve tranquilo. Yo te estaré mirando”.
Y así fue. Caminé solo sabiendo que lo hacía bajo la atenta mirada de mi madre. Cada vez que giraba la cabeza, allí estaba ella, acompañándome con su mirada.
Con la fidelidad de un administrador, la protección de un padre y el amor de una madre, caminemos rumbo a la eternidad bajo la atenta mirada de Dios.
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