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lunes, 13 de septiembre de 2021

EL RESULTADO DE HABER VIVIDO EN SODOMA

EL RESULTADO DE HABER VIVIDO EN SODOMA (basado en Génesis 19)

Lot habitó poco tiempo en Zoar. La impiedad reinaba allí como en Sodoma, y tuvo miedo de quedarse, por temor a que la ciudad fuera destruída. Poco después Zoar fue destruida, tal como Dios lo había proyectado. Lot se fue a los montes y vivió en una caverna, privado de todas las cosas por las cuales se había atrevido a exponer a su familia a la influencia de una ciudad impía. Pero hasta allá lo siguió la maldición de Sodoma. La infame conducta de sus hijas fue la consecuencia de las malas compañías que habían tenido en aquel vil lugar. La depravación moral de Sodoma se había filtrado de tal manera en su carácter, que ellas no podían distinguir entre lo bueno y lo malo. Los únicos descendientes de Lot, los moabitas y amonitas, fueron tribus viles e idólatras, rebeldes contra Dios, y acérrimos enemigos de su pueblo. 

¡Cuán grande fue el contraste entre la vida de Lot y la de Abraham! Una vez habían sido compañeros, habían adorado ante el mismo altar, y habían morado juntos en sus tiendas de peregrinos. Pero ¡qué separados estaban ahora! Lot había elegido a Sodoma en busca de placer y beneficios. Abandonando el altar de Abraham y sus sacrificios diarios ofrecidos al Dios viviente, había permitido a sus hijos mezclarse con un pueblo depravado e idólatra; sin embargo, había conservado en su corazón el temor de Dios, pues las Escrituras lo llaman “justo”. 2 Pedro 2:7. Su alma justa se afligía por la vil conversación que tenía que oír diariamente, y por la violencia y los crímenes que no podía impedir. Fue salvado, por fin, como un “tizón arrebatado del incendio” (Zacarías 3:2), pero fue privado de su hacienda, perdió a su esposa y a sus hijos, moró en cuevas como las fieras, en su vejez fue cubierto de infamia, y dio al mundo no una generación de hombres piadosos, sino dos naciones idólatras, que se enemistaron contra Dios y guerrearon contra su pueblo, hasta que, cuando la medida de su impiedad estuvo llena, fueron condenadas a la destrucción. ¡Qué terribles fueron las consecuencias que siguieron a un solo paso imprudente! 

El sabio Salomón dice: 

“No te afanes por hacerte rico: sé prudente y desiste”. “Alborota su casa el codicioso, pero el que aborrece el soborno vivirá”. Proverbios 23:4; 15:27. 

Y el apóstol Pablo declara: 

“Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición”. 1 Timoteo 6:9. 

Cuando Lot se estableció en Sodoma, estaba completamente decidido a abstenerse de la impiedad y a “mandar a su casa después de sí” que obedeciera a Dios. Pero fracasó rotundamente. Las corruptoras influencias que lo rodeaban afectaron su propia fe, y la unión de sus hijas con los habitantes de Sodoma vinculó hasta cierto punto sus intereses con el de ellos. El resultado está ante nosotros. 

Muchos continúan cometiendo un error semejante. Cuando buscan donde establecerse, miran las ventajas temporales que pueden obtener, antes que las influencias morales y sociales que los rodearán a ellos y a sus familias. Con la esperanza de alcanzar mayor prosperidad, escogen un país hermoso y fértil o se mudan a una ciudad floreciente; pero sus hijos se ven rodeados de tentaciones, y muy a menudo entran en relaciones poco favorables al desarrollo de la piedad y a la formación de un carácter recto. El ambiente de baja moralidad, de incredulidad, o indiferencia hacia las cosas religiosas, tiende a contrarrestar la influencia de los padres. La juventud ve por todas partes ejemplos de rebelión contra la autoridad de los padres y la de Dios; muchos se unen a los infieles e incrédulos y echan su suerte con los enemigos de Dios. 

Al elegir un sitio para vivir, Dios quiere que consideremos ante todo las influencias morales y religiosas que nos rodearan a nosotros y a nuestras familias. Podemos encontrarnos en posiciones difíciles, pues muchos no pueden vivir en el medio en que quisieran. Pero en cualquier lugar que el deber nos llame, Dios nos ayudará a mantenernos incólumes, si velamos y oramos, confiando en la gracia de Cristo. Pero no debemos exponernos innecesariamente a influencias desfavorables a la formación de un carácter cristiano. Si nos colocamos voluntariamente en un ambiente mundano e incrédulo, desagradamos a Dios, y ahuyentamos a los ángeles de nuestras casas. 

Los que procuran para sus hijos riquezas y honores terrenales a costa de sus intereses eternos, comprenderán al fin que estas ventajas son una terrible pérdida. Como Lot, muchos ven a sus hijos arruinados, y apenas salvan su propia alma. La obra de su vida se pierde; y resulta en triste fracaso. Si hubieran ejercido verdadera sabiduría, sus hijos habrían tenido menos prosperidad mundana, pero tendrían en cambio seguro derecho a la herencia inmortal. 

La herencia que Dios prometió a su pueblo no está en este mundo. Abraham no tuvo posesión en la tierra, “ni aun para asentar un pie”. Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abraham deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba cavada en la peña en la cueva de Macpela. 

Pero Dios no faltó, a su palabra; ni tuvo ésta su cumplimiento final en la ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente”. Gálatas 3:16. Abraham mismo debía participar de la herencia. Puede parecer que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues “un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día”; puede parecer que se demora, pero al tiempo determinado “sin duda vendrá; no tardará”. 2 Pedro 3:8; Habacuc 2:3. 

La dádiva prometida a Abraham y a su simiente incluía no solo la tierra de Canaán, sino toda la tierra. Así dice el apóstol: “No por la ley fue dada la promesa a Abraham o a su simiente, que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”. Romanos 4:13. Y la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a Abraham han de ser cumplidas mediante Cristo. Todos los que pertenecen a Cristo, “ciertamente los descendientes de Abraham” son, “según la promesa” herederos de la “herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse”, herederos de la tierra libre de la maldición del pecado. Porque “el reino, el dominio, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo”, serán “dados al pueblo de los santos del Altísimo”; y “los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz”. Gálatas 3:29; 1 Pedro 1:4; Daniel 7:27; Salmos 37:11. 

Dios dio a Abraham una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta esperanza, él se conformó. “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, habitando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”. Hebreos 11:9, 10. 

De la descendencia de Abraham dice la Escritura: “En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”. Tenemos que vivir aquí como “extranjeros y peregrinos”, si deseamos la patria “mejor, esto es, la celestial”. Los que son hijos de Abraham desearán la ciudad que él buscaba, “el artífice y hacedor de la cual es Dios”. Vers. 13, 16. 

✍️ Ellen White, Patriarcas y Profetas, Capítulo 14—La destrucción de Sodoma

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