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domingo, 22 de agosto de 2021

CONFIEMOS EN DIOS AUNQUE NO ENTENDAMOS LAS SITUACIONES QUE SE NOS ATRAVIESAN, NO DUDES NI MURMURES

CONFIEMOS EN DIOS AUNQUE NO ENTENDAMOS LAS SITUACIONES QUE SE NOS ATRAVIESAN, NO DUDES NI MURMURES

Muchos, al recorrer el camino de la vida, se espacian en sus errores, fracasos y desengaños, y sus corazones se llenan de dolor y desaliento. Mientras estaba yo en Europa, una hermana que había estado haciendo esto y que se hallaba profundamente apenada, me escribió para pedirme algunos consejos que la animaran. La noche que siguió a la lectura de su carta soñé que estaba yo en un jardín y que alguien, al parecer dueño del jardín, me conducía por sus senderos. Yo estaba recogiendo flores y gozando de su fragancia, cuando esa hermana, que había estado caminando a mi lado, me llamó la atención a algunos feos zarzales que le estorbaban el paso. Allí estaba ella, afligida y llena de pesar. No iba por la senda, siguiendo al guía, sino que andaba entre espinas y abrojos. “¡Oh!—se lamentaba—¿no es una lástima que este hermoso jardín esté echado a perder por las espinas?” Entonces el que nos guiaba dijo: “No hagáis caso de las espinas, porque solamente os molestarán. Juntad las rosas, los lirios y los claveles.” 

¿No ha habido en vuestra experiencia algunas horas felices? ¿No habéis tenido algunos momentos preciosos en que vuestro corazón palpitó de gozo respondiendo al Espíritu de Dios? Cuando recorréis los capítulos pasados de vuestra vida, ¿no encontráis algunas páginas agradables? ¿No son las promesas de Dios fragantes flores a cada lado de vuestro camino? ¿No permitiréis que su belleza y dulzura llenen vuestro corazón de gozo? 

Las espinas y abrojos sólo os herirán y causarán dolor; y si recogéis únicamente esas cosas y las presentáis a otros, ¿no estáis menospreciando la bondad de Dios e impidiendo que los demás anden en el camino de la vida? 

No es sabio reunir todos los recuerdos desagradables de la vida pasada, sus iniquidades y desengaños, para hablar de esos recuerdos y llorarlos hasta quedar abrumados de desaliento. La persona desalentada se llena de tinieblas, desecha de su alma la luz divina y proyecta sombra en el camino de los demás. 

Gracias a Dios por los hermosísimos cuadros que nos ha dado. Reunamos las benditas promesas de su amor, para recordarlas siempre: el Hijo de Dios, que deja el trono de su Padre y reviste su divinidad con la humanidad para poder rescatar al hombre del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, que abre el cielo a los hombres y revela a su vista la morada donde la Divinidad descubre su gloria; la raza caída, levantada de lo profundo de la ruina en que el pecado la había sumergido, puesta de nuevo en relación con el Dios infinito, vestida de la justicia de Cristo y exaltada hasta su trono después de sufrir la prueba divina por la fe en nuestro Redentor. Tales son las cosas que Dios quiere que contemplemos. 

Cuando parece que dudamos del amor de Dios y desconfiamos de sus promesas, le deshonramos y contristamos su Espíritu Santo. ¿Cómo se sentiría una madre cuyos hijos se quejaran constantemente de ella, como si no tuviera buenas intenciones para con ellos, mientras que en realidad durante su vida entera ella se hubiese esforzado por fomentar los intereses de ellos y proporcionarles comodidades? Suponed que dudaran de su amor; esto quebrantaría su corazón. ¿Cómo se sentiría un padre si sus hijos le trataran así? ¿Y cómo puede mirarnos nuestro Padre celestial cuando desconfiamos de su amor, que le indujo a dar a su Hijo unigénito para que tengamos vida? El apóstol dice: “El que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia, todas las cosas?”3 Y sin embargo, cuántos están diciendo con sus hechos, si no con sus palabras: “El Señor no dijo esto para mí. Tal vez ame a otros, pero a mí no me ama.” 

Todo esto está perjudicando a vuestra propia alma, pues cada palabra de duda que proferís da lugar a las tentaciones de Satanás; hace crecer en vosotros la tendencia a dudar, y es un agravio de parte vuestra a los ángeles ministradores. Cuando Satanás os tiente, no salga de vuestros labios una sola palabra de duda o tinieblas. Si elegís abrir la puerta a sus insinuaciones, vuestra mente se llenará de desconfianza y de rebeldes cavilaciones. Si habláis de vuestros sentimientos, cada duda que expreséis no sólo reaccionará sobre vosotros mismos sino que será una semilla que germinará y dará fruto en la vida de otros, y acaso sea imposible contrarrestar la influencia de vuestras palabras. Tal vez podáis reponeros vosotros de la hora de la tentación y del lazo de Satanás; mas puede ser que otros que hayan sido dominados por vuestra influencia, no alcancen a escapar de la incredulidad que hayáis insinuado. ¡Cuánto importa que expresemos tan sólo cosas que den fuerza espiritual y vida! 

Los ángeles están atentos para oír qué clase de informe dais al mundo acerca de vuestro Señor. Conversad de Aquel que vive para interceder por nosotros ante el Padre. Esté la alabanza de Dios en vuestros labios y corazones cuando estrechéis la mano de un amigo. Esto atraerá sus pensamientos al Señor Jesús. 

Todos tenemos pruebas, aflicciones duras que sobrellevar y fuertes tentaciones que resistir. Pero no las contéis a los mortales, sino llevadlo todo a Dios, en oración. Tengamos por regla el no proferir una sola palabra de duda o desaliento. Podemos hacer mucho más para alumbrar el camino de los demás y sostener sus esfuerzos si hablamos palabras de esperanza y buen ánimo. 

Hay muchas almas valientes que están en extremo acosadas por la tentación, casi a punto de desmayar en el conflicto que sostienen consigo mismas y con las potencias del mal. No las desalentéis en su dura lucha. Alegradlas con palabras de valor, ricas en esperanza, que las insten a avanzar. De este modo podéis reflejar la luz de Cristo. “Ninguno de nosotros vive para sí.”4 Por vuestra influencia inconsciente pueden los demás ser alentados y fortalecidos, o desanimados y apartados de Cristo y de la verdad. 

Muchos tienen ideas muy erróneas acerca de la vida y el carácter de Cristo. Piensan que carecía de calor y alegría, que era austero, severo y triste. Para muchos toda la vida religiosa se presenta bajo este aspecto sombrío. 

Se dice a menudo que Jesús lloró, pero que nunca se supo que haya sonreído. Nuestro Salvador fué a la verdad Varón de dolores y experimentado en quebranto, porque abrió su corazón a todas las miserias de los hombres. Pero aunque fué la suya una vida de abnegación, dolores y cuidados, su espíritu no quedó abrumado por ellos. En su rostro no se veía una expresión de amargura o queja, sino siempre de paz y serenidad. Su corazón era un manantial de vida. Y doquiera iba, llevaba descanso y paz, gozo y alegría. 

Nuestro Salvador fué profunda e intensamente fervoroso, pero nunca sombrío o huraño. La vida de los que le imiten estará por cierto llena de propósitos serios; ellos tendrán un profundo sentido de su responsabilidad personal. Reprimirán la liviandad; entre ellos no habrá júbilo tumultuoso ni bromas groseras; pues la religión del Señor Jesús da paz como un río. No extingue la luz del gozo, no impide la jovialidad ni obscurece el rostro alegre y sonriente. Cristo no vino para ser servido, sino para servir; y cuando su amor reine en nuestro corazón, seguiremos su ejemplo. 

Si recordamos siempre las acciones egoístas e injustas de otros, encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos amó; pero si nuestros pensamientos se espacian de continuo en el maravilloso amor y compasión de Cristo hacia nosotros, manifestaremos el mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos menos de observar. Debemos cultivar la humildad y la desconfianza para con nosotros mismos, y una paciencia llena de ternura hacia las faltas ajenas. Esto destruirá todo estrecho egoísmo y nos dará un corazón grande y generoso. 

El salmista dice: “Confía en Jehová, y obra el bien; habita tranquilo en la tierra, y apaciéntate de la verdad.”5 “Confía en Jehová.” Cada día trae sus cargas, sus cuidados y perplejidades; y cuán listos estamos para hablar de ellos cuando nos encontramos unos con otros. Nos acosan tantas penas imaginarias, cultivamos tantos temores y expresamos tal peso de ansiedades, que cualquiera podría suponer que no tenemos un Salvador poderoso y misericordioso, dispuesto a oír todas nuestras peticiones y a ser nuestro protector constante en cada hora de necesidad. 

Algunos temen siempre, y toman cuitas prestadas. Todos los días están rodeados de las prendas del amor de Dios; todos los días gozan las bondades de su providencia; pero pasan por alto estas bendiciones presentes. Sus mentes están siempre espaciándose en algo desagradable cuya llegada temen; o puede ser que existan realmente algunas dificultades que, aunque pequeñas, ciegan sus ojos a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades con que tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de todo bien, los separan de El, porque despiertan desasosiego y lamentos. 

¿Hacemos bien en ser así incrédulos? ¿Por qué ser ingratos y desconfiados? Jesús es nuestro amigo; todo el cielo está interesado en nuestro bienestar. No debemos tolerar que las perplejidades y congojas cotidianas aflijan nuestro espíritu y obscurezcan nuestro semblante. Si lo permitimos, habrá siempre algo que nos moleste y fatigue. No debemos dar entrada a los cuidados que sólo nos inquietan y agotan pero no nos ayudan a soportar las pruebas. 

Podéis estar perplejos en los negocios; vuestra perspectiva puede ser cada día más sombría, y podéis estar amenazados de pérdidas; pero no os descorazonéis; confiad vuestras cargas a Dios y permaneced serenos y alegres. Pedid sabiduría para manejar vuestros asuntos con discreción, a fin de evitar pérdidas y desastres. Haced todo lo que esté de vuestra parte para obtener resultados favorables. El Señor Jesús nos prometió su ayuda, pero sin eximirnos de hacer lo que esté de nuestra parte. Si confiando en nuestro Ayudador hemos hecho todo lo que podíamos, aceptemos con buen ánimo los resultados. 

No es la voluntad de Dios que su pueblo esté abrumado por el peso de la congoja. Pero tampoco nos engaña. No nos dice: “No temáis; no hay peligros en vuestro camino.” El sabe que hay pruebas y peligros, y nos trata con franqueza. No se propone sacar a su pueblo de en medio de este mundo de pecado y maldad, pero le ofrece un refugio que nunca falla. 

Su oración por sus discípulos fué:

 “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.” Juan 17:15

“En el mundo—dice,—tendréis tribulación; pero tened buen ánimo; yo he vencido al mundo.” Juan 16:33.

En el sermón sobre el monte Cristo enseñó a sus discípulos preciosas lecciones en cuanto a la necesidad de confiar en Dios. Estas lecciones tenían por fin alentar a los hijos de Dios a través de los siglos, y han llegado a nuestra época llenas de instrucción y consuelo. El Salvador llamó la atención de sus discípulos a cómo las aves del cielo entonan sus dulces cantos de alabanza sin estar abrumadas por los cuidados de la vida, a pesar de que “no siembran, ni siegan.” Y sin embargo, el gran Padre celestial les provee lo que necesitan. 

El Salvador pregunta: “¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” Mateo 6:26

El gran Dios que provee para los hombres y las bestias extiende su mano y suple las necesidades de todas sus criaturas. Las aves del cielo no son tan insignificantes que no las note. El no les pone el alimento en el pico, mas hace provisión para sus necesidades. Deben juntar el grano que El ha derramado para ellas. Deben preparar el material para sus nidos. Deben alimentar a sus polluelos. Ellas se dirigen cantando hacia su labor, porque “vuestro Padre celestial las alimenta.” Y “¿no valéis vosotros mucho más que ellas?” ¿No sois vosotros, como adoradores inteligentes y espirituales, de más valor que las aves del cielo? El Autor de nuestro ser, el Conservador de nuestra existencia, el que nos formó a su propia imagen divina, ¿no suplirá nuestras necesidades si tan sólo confiamos en El?

Cristo presentaba a sus discípulos las flores del campo, que crecen en rica profusión y lucen la sencilla hermosura que el Padre celestial les dió, como una expresión de su amor hacia el hombre. El decía: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen.” Mateo 6:28

La belleza y la sencillez de estas flores naturales sobrepujan en excelencia a la gloria de Salomón. El atavío más esplendoroso producido por la habilidad artesana no puede compararse con la gracia natural y la belleza radiante de las flores creadas por Dios. El Señor Jesús preguntó: “Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es, y mañana es echada en el horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?” Mateo 6:30

Si Dios, el Artista sublime, da a las flores, que perecen en un día, sus delicados y variados colores, ¿cuánto mayor cuidado no tendrá por aquellos a quienes creó a su propia imagen? Esta lección de Cristo es un reproche contra la ansiedad, las perplejidades y dudas del corazón sin fe. 

El Señor quiere que todos sus hijos e hijas sean felices, llenos de paz y obedientes. El Señor dijo: “Mi paz os doy; no según da el mundo, yo os la doy: no se turbe vuestro corazón, ni se acobarde.” Juan 14:27

Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo.” Juan 15:11

La felicidad que se procura por motivos egoístas, fuera de la senda del deber, es desequilibrada, caprichosa y transitoria; pasa, y deja el alma llena de soledad y tristeza; pero en el servicio de Dios hay gozo y satisfacción; Dios no abandona al cristiano en caminos inciertos; no le deja librado a pesares vanos y contratiempos. Aunque no tengamos los placeres de esta vida, podemos gozarnos a la espera de la vida venidera. 

✍️ Elena White, El Camino a Cristo, p. 126

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