AMÉRICA: TIERRA DE LIBERTAD - Part I
El deseo de tener libertad de conciencia fue lo que dio valor a los peregrinos para exponerse a los peligros de un viaje a través del mar, para soportar las privaciones y riesgos de las soledades selváticas y con la ayuda de Dios echar los cimientos de una gran nación en las playas de América. Y sin embargo, aunque eran honrados y temerosos de Dios, los peregrinos no comprendieron el gran principio de la libertad religiosa, y aquella libertad por cuya consecución se impusieran tantos sacrificios, no estuvieron dispuestos a concederla a otros.
“Muy pocos aun entre los más distinguidos pensadores y moralistas del siglo XVII tuvieron un concepto justo de ese gran principio, esencia del Nuevo Testamento, que reconoce a Dios como único juez de la fe humana”. Ibíd., 297.
La doctrina que sostiene que Dios concedió a la iglesia el derecho de regir la conciencia y de definir y castigar la herejía, es uno de los errores papales más arraigados. A la vez que los reformadores rechazaban el credo de Roma, no estaban ellos mismos libres por completo del espíritu de intolerancia de ella. Las densas tinieblas en que, al través de los interminables siglos de su dominio, el papado había envuelto a la cristiandad, no se habían disipado del todo.
En cierta ocasión dijo uno de los principales ministros de la colonia de la Bahía de Massachusetts:
“La tolerancia fue la que hizo anticristiano al mundo. La iglesia no se perjudica jamás castigando a los herejes”. Ibíd., 335.
Los colonos acordaron que solamente los miembros de la iglesia tendrían voz en el gobierno civil. Organizóse una especie de iglesia de estado, en la cual todos debían contribuir para el sostén del ministerio, y los magistrados tenían amplios poderes para suprimir la herejía. De esa manera el poder secular quedaba en manos de la iglesia, y no se hizo esperar mucho el resultado inevitable de semejantes medidas: la persecución. CS 294.3
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