Miércoles, 7 de julio: Un intercesor
Moisés fue el hombre más grande que jamás haya estado como dirigente del pueblo de Dios. Fue grandemente honrado por Dios, no por la experiencia que había ganado en la corte de Egipto, sino porque fue el más manso de los hombres. Dios hablaba con él cara a cara así como un hombre habla con un amigo. Si los hombres desean ser honrados por Dios, sean humildes. Los que llevan adelante la obra de Dios debieran distinguirse de todos los demás por su humildad. Del hombre que es notable por su humildad, Cristo dice que se puede confiar en él. Mediante él, yo puedo revelarme al mundo. El no entretejerá en la trama ninguna fibra de egoísmo. Me manifestaré a él como no lo hago con el mundo (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. l , p. 1127).
Cuando Moisés oyó que el pueblo lloraba a la puerta de sus tiendas, y que se quejaba por sus familias, quedó muy disgustado. Presentó delante del Señor las dificultades de esta situación, y el espíritu revoltoso de los israelitas, y la posición en la cual Dios lo había colocado ante el pueblo: la de un padre protector, quien debía sentir en carne propia los sufrimientos del pueblo. Preguntó al Señor cómo podría soportar el pesar de ver constantemente la desobediencia de Israel y escuchar sus quejas en contra de sus instrucciones y contra Dios mismo. Declaró ante el Señor que preferiría morir antes que ver a Israel, en su perversidad, atraer sobre sí mismo los juicios divinos, a la vez que los enemigos de Dios se regocijaban viendo su destrucción (Spiritual Gifts, vol. 4a, p. 16).
El pecado ciega los ojos y profana el corazón. La integridad, la firmeza y la perseverancia son cualidades que todos deberían cultivar sinceramente. Porque revisten al que las posee de un poder que es irresistible, un poder que lo hace fuerte para obrar el bien, para resistir al mal y afrontar la adversidad. Aquí brilla la verdadera excelencia del carácter con su mayor resplandor..
Dios nos ha dado nuestras facultades intelectuales y morales; pero en extenso grado cada persona es arquitecto de su propio carácter. Cada día va subiendo la estructura. La Palabra de Dios nos advierte que prestemos atención a cómo edificamos, para que nuestro edificio se funde, en la Roca eterna. Llegará el tiempo en que nuestra obra quedará revelada tal cual es. Ahora es el momento para que todos cultiven las facultades que Dios les ha dado, a fin de que puedan desarrollar un carácter que tenga utilidad aquí y sea apto para la vida superior.
Cada acto de la existencia, por muy insignificante que sea, tiene su influencia en la formación del carácter. Un buen carácter es más precioso que las posesiones mundanales; y la obra de su formación es la más noble a la cual puedan dedicarse los hombres (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 649).
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