¿Dirá Dios: “Bien hecho”?
Cuando estéis delante del gran trono blanco, entonces aparecerá vuestra obra tal como es. Se abren los libros, se hace conocer el registro de cada vida. En aquella gran multitud, hay muchos que no están preparados para las revelaciones que se hacen.
En los oídos de algunos, caerán con asombrosa claridad las palabras: “Pesado en la balanza, y hallado falto”. El Juez dirá a muchos padres en aquel día: “Tuviste mi Palabra que te presentaba claramente tu deber. ¿Por qué no has obedecido sus enseñanzas? ¿No sabias que era la voz de Dios? ¿No te ordené que escudriñaras las Escrituras para que no te descarriaras? No sólo has arruinado tu propia alma, sino que con tus alardes de piedad has descarriado a muchos otros. No tienes parte conmigo. Apártate, apártate”.
Hay otros que permanecen pálidos y temblando, confiando en Cristo y, sin embargo, oprimidos con el sentimiento de su propia indignidad. Oyen con lágrimas de gozo y gratitud el encomio del Maestro. Los días de incesante tarea, de carga abrumadora y de temor y angustia son olvidados cuando aquella voz, más dulce que la música de las arpas de los ángeles, pronuncia las palabras: “Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor”. Allí está la hueste de los redimidos, con la palma de victoria en su mano y la corona sobre la cabeza. Estos son los que mediante fieles y fervientes labores han obtenido una idoneidad para el cielo. La obra de su vida realizada en la tierra es reconocida en las cortes celestiales como una obra bien hecha.
Con gozo inenarrable, los padres ven la corona, el manto, el arpa que son dados a sus hijos. Han terminado los días de espera y de temor. La semilla sembrada con lágrimas y oraciones pudo haber parecido ser sembrada en vano, pero la cosecha es recogída al fin con gozo. Sus hijos han sido redímidos. Padres, madres, ¿henchirán el canto de alegría en aquel día las voces de vuestros hijos?
{CN 539.2}
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