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jueves, 7 de julio de 2022

Matutina para Adultos

Nuestro maravilloso Dios 
 jueves, 07 jul. 2022 
 Dachau 

 «Es un hecho que Herodes y Poncio Pilato, junto con los no judíos y el pueblo de Israel, se reunieron en esta ciudad en contra de tu santo Hijo y ungido, Jesús, para hacer todo lo que, por tu poder y voluntad, ya habías determinado que sucediera. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a estos siervos tuyos proclamar tu palabra sin ningún temor». Hechos 4: 27-29, RVC 

  DACHAU NO ES EL PRIMER NOMBRE que viene a la mente cuando hablamos del Holocausto. Es Auschwitz. Pero Dachau fue el primer campo de concentración nazi en funcionar, y también el que sirvió de modelo para los que vendrían después.

A Dachau fue enviado Christian Reger, un ministro alemán, por oponerse a Hitler. Pero fueron tales sus padecimientos que, después de apenas un mes en Dachau, su fe ya estaba a punto de colapsar. ¿Cómo podía un Dios de amor abandonarlo a manos de un régimen tan perverso y cruel? La respuesta a sus dudas la recibió un día de julio de 1941, según nos relata Philip Yancey.

Cuenta Yancey que, justo un mes después de haber sido encarcelado en Dachau, Reger recibió una carta de su esposa. Ahí le hablaba de varios asuntos familiares y, al final, compartió con él una referencia bíblica: Hechos 4: 26-29. De inmediato Reger buscó el pasaje en una Biblia que había logrado introducir a la barraca de manera clandestina. Ahí leyó nuestro texto para hoy, pero no le encontró mucho significado. Precisamente esa tarde Reger debía enfrentar la experiencia más dura de la vida en el campo de concentración: el interrogatorio. ¿Cómo podía la experiencia de los apóstoles servirle de aliento en su situación particular?

Cuando llegó la hora del interrogatorio, Reger estaba temblando de miedo. Fue entonces cuando ocurrió algo extraño. Por la puerta del salón de interrogatorios, salió un prisionero, que también era pastor, y sin decir palabra alguna colocó en un bolsillo del saco de Reger un objeto. Después Reger entró al interrogatorio y, para su sorpresa, todo salió bien. Pero una vez que regresó a la barraca, sacó el objeto de su bolsillo. Era una caja de fósforos con un papelito dentro. En el papel estaba escrita una referencia bíblica: ¡Hechos 4: 26-29! « ¡No puede ser!», pensó. «¡Es imposible que este extraño haya leído la carta de mi esposa!» Solo había una explicación: Dios no lo había abandonado; y ese conocimiento fue todo lo que Reger necesito para apoyar su fe durante los siguientes cuatro años. «Dios no me rescató —dijo—ni tampoco hizo que mis sufrimientos se aliviaran. Él simplemente me aseguró de que estaba vivo y de que estaba conmigo».*

¡Qué pensamiento tan poderoso para comenzar el nuevo día! «Dios está vivo, y está conmigo». ¡Qué más puedo pedir!

Amado Dios, quiero comenzar este día agradeciéndote porque eres un Dios vivo, y porque, no importa lo que pueda suceder, siempre estarás a mi lado.

*Philip Yancey; Where Is God When It Hurts? Zondervan, 1990, pp. 157-160.

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