martes, 24 may. 2022
Él está de tu parte
«¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?». Romanos 8:31, NVI
SI ALGUNA VEZ PENSASTE que, por haberle fallado a Dios, él está molesto contigo, nuestro texto de hoy trae buenas noticias. ¡Dice que Dios está de tu parte!
¿Qué significa que él este de tu lado? Al menos dos cosas muy buenas. Una es que, si Dios está de tu parte, ¡entonces ya eres mayoría! Es decir, ¿quién podrá contra ti? Ni el mundo, ni el diablo, ni la tentación, podrán contra ti mientras Dios esté contigo.
Lo otro bueno que sucede cuando Dios está de tu parte es que «el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (vers. 32, NVI). Para comprender el alcance de esta gran noticia, primero hemos de entender el significado de la palabra «escatimar». Según el Diccionario de la Real Academia Española, «escatimar» significa: «Cercenar, disminuir o escasear lo que se ha de dar o hacer, acortándolo todo lo posible».
Lo que el apóstol Pablo nos está diciendo en Romanos 8: 32 es que, cuando se hizo necesario redimirnos, Dios no dijo: «¿Qué es lo menos que puedo hacer para salvarlos?", O: «¿Cómo puedo “recortar” el precio de lo que debo pagar?» ¡Nada de eso! Con tal de salvarnos, el Padre ¡no ahorró nada! Más bien, lo entregó todo en la vida de su Hijo.
¿Cuál es, entonces, la conclusión? Pablo afirma que, si con tal de salvarnos, Dios entregó a su amado Hijo, entonces ciertamente nos dará, con él, todas las demás cosas: su amor, su perdón, su aceptación, aunque le hayamos dado la espalda. ¿No es esto maravilloso?
Esto último lo ilustra bien Dwight L. Moody con el relato de un joven que viajó a Chicago para vender la cosecha de su padre, un granjero que también era predicador. Preocupado, el padre viajó a la gran ciudad, solo para enterarse de que el muchacho había vendido el grano, pero había gastado gran parte del dinero en apuestas. Luego había viajado a California, huyendo. Hasta allá también viajó el padre. Cuando el hombre llegó a San Francisco, puso anuncios en los periódicos. Entonces un día, después de predicar en una iglesia local, el padre notó que alguien permaneció en la iglesia, después de finalizado el servicio. Era el muchacho. ¿Qué hizo, entonces, el padre? ¿Lo regañó? ¿Lo tildo de ingrato? ¡Nada de eso! Cuenta Moody que lo abrazo y lo llevó con él de regreso a casa. *
No escatimó esfuerzos. ¿No es eso lo que el buen Padre celestial ha hecho con nosotros?
Gracias, amado Padre, porque estás siempre de mi lado: en mis luchas, mis desafíos y, especialmente, cuando he pecado. Alabo tu nombre hoy y siempre.
*Dwight L. Moody, citado por Steve Halliday y William Travis, How Great Thou Art, Multnomah, 1999, p. 195.
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