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viernes, 11 de marzo de 2022

Matutina para Adultos

Nuestro maravilloso Dios 
 viernes, 11 mar. 2022 
 No es cómo comienzas 

 «Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Solo Lucas está conmigo». 2 Timoteo 4:9-11 

  NO PUEDO IMAGINAR LOS SENTIMIENTOS que invadían al apóstol Pablo mientras, desde la cárcel en Roma, escribía las palabras de nuestro texto de hoy a Timoteo: «Demas me ha desamparado [...]. Solo Lucas está conmigo».

 Es curioso. Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Colosas, Lucas y Demas enviaron saludos a sus hermanos en la fe (ver Col. 4: 14). Cuando escribió a Filemón, Pablo habla de Lucas y de Demas como «mis colaboradores» (vers. 24). Pero cuando escribe a Timoteo, dice: «Solo Lucas está conmigo». ¿Qué pasó con Demas?

 No tenemos los detalles. El apóstol solo dice que Demás lo desamparó «amando este mundo». ¿Qué te pasó, Demas, después de haber comenzado tan bien? ¿Fueron los atractivos de la gran ciudad? ¿O fueron las cadenas de Pablo?

 Quizás otros factores contribuyeron a la apostasía de Demas, pero si uno lee el capítulo uno de Segunda de Timoteo, comprueba que, además de Demas, hubo otros que también abandonaron al encarcelado apóstol, tal como él mismo lo señala: «Ya sabes que me abandonaron todos los que están en Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes (2 Tim. 1: 15-18).

 ¡Al parecer, esas cadenas estaban avergonzando a algunos! Por supuesto, no a Lucas, quien se mantuvo al lado del anciano apóstol hasta el final. Y tampoco a Onesíforo, porque de este fiel siervo de Dios el apóstol escribe: «Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó y no se avergonzó de mis cadenas, sino que, cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló» (2 Tim. 1: 16-17).

 Si hay algo que nos enseña la triste experiencia de Demas, y de quienes desertaron en la hora difícil, es que en la carrera cristiana no es suficiente comenzar bien; también hay que terminar bien. ¿Cómo podemos lograr ese ideal? He aquí una fórmula imbatible: en primer lugar, no nos avergoncemos de la cruz de Cristo. Al contrario, digamos con el apóstol: «Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (vers. 12). En segundo lugar, «despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús (Heb. 12: 1-2; énfasis añadido).

 Oh, Demas, ¡cuán diferente habría sido tu final si, en lugar de poner tus ojos en el mundo, los hubieses puesto en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe!

 Padre celestial, al igual que el apóstol Pablo, hoy quiero gloriarme en la cruz de Cristo y, con tu poder, tener ojos solo para él. Solo así podré culminar victoriosamente la carrera de la fe.

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