martes, 01 mar. 2022
El poder de las heridas
«Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados». Isaías 53:5
JESSICA ERA UN BEBÉ DE APENAS 18 MESES cuando accidentalmente cayóen un pozo en Midland, Texas, el 14 de octubre de 1987. Gracias a la cobertura que los medios de comunicación le dieron al hecho, el mundo entero presenció en detalle los frenéticos esfuerzos de los rescatistas para salvarle la vida. Después de 58 horas de ardua labor, y mucha tensión, Jessica fue finalmente rescatada. Todavía hoy se puede ver la foto de su rescate (que, de paso, obtuvo el premio Pulitzer en 1988); donde aparece ella en brazos de uno de los rescatistas.
La experiencia que vivió la pequeña Jessica fue documentada y conservada para la posteridad en numerosos artículos de periódicos y revistas. Incluso inspiró la creación de canciones, libros y películas. Pero son las cicatrices que quedaron en su cuerpo las que cuentan su historia; las que mejor le recuerdan cuán cerca estuvo ella de la muerte, y cuán oportuna fue la intervención de los equipos de rescate.
No puede ser de otra manera. ¿Qué mejor que una cicatriz para traer a nuestra memoria experiencias que preferimos no haber vivido? ¿Qué mejor que una cicatriz para recordarnos que, a pesar de la dolorosa experiencia que vivimos, todavía estamos vivos? Esto es precisamente lo que Jessica McClure dijo en una ocasión en la que se celebraba un aniversario de su milagroso rescate: «Estoy orgullosa de mis cicatrices. Ellas me dicen que sobreviví».*
¿Hay cicatrices en tu cuerpo, en tu corazón? ¿Qué historias cuentan? ¿La historia de un accidente que casi te quita la vida? ¿Historias de sueños rotos? Sea lo que fuere, lo importante es que todavía vives. Y porque hoy vives, puedes agradecer a Dios, no solo por esas cicatrices, sino también por las de su amado Hijo; las que Jesús padeció para perdonarte y darte vida eterna. De esas heridas habla nuestro texto de hoy: «Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados» (Isa. 53: 5).
¡Gracias, Jesucristo, por las heridas del Calvario! ¡Gracias porque, pudiendo permanecer en el cielo, preferiste sufrir con tal de salvarnos! Esas heridas, además de declarar el elevado precio que pagaste para salvarnos, «por las edades eternas proclamarán tu alabanza y declararán tu poder» (El conflicto de los siglos, cap. 43, p. 732).
Gracias Jesús, porque tus heridas nos dicen lo mucho que nos amas; y porque por tus llagas «fuimos nosotros curados». ¡Bendito sea tu nombre, Señor, hoy y siempre!
* Patti Hansen Tompkins, «Stories in the Scars», en Signs of the Times, enero de 2000, p. 32.
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