Después de describir la hermosura y la fertilidad de la tierra, todos los espías, menos dos de ellos, explicaron ampliamente las dificultades y los peligros que arrostraría Israel si emprendía la conquista de Canaán...
Mientras los espías expresaban los sentimientos de sus corazones incrédulos y llenos de un desaliento causado por Satanás, la esperanza y el ánimo se fueron trocando en cobarde desesperación. La incredulidad arrojó una sombra lóbrega sobre el pueblo, y este se olvidó de la omnipotencia de Dios, tan a menudo manifestada en favor de la nación escogida. El pueblo no se detuvo a reflexionar ni razonó que Aquel que lo había llevado hasta allí le daría ciertamente la tierra; no recordó cuán milagrosamente Dios lo había librado de sus opresores, abriéndole paso a través de la mar y destruyendo las huestes del faraón que lo perseguían. Hizo caso omiso de Dios, y obró como si debiera depender únicamente del poder de las armas.
En su incredulidad, los israelitas limitaron el poder de Dios, y desconfiaron de la mano que hasta entonces los había dirigido felizmente. Volvieron a cometer el error de murmurar contra Moisés y Aarón (Historia de los patriarcas y profetas, p. 408).
Caleb era fiel y constante. No era jactancioso, no hacía alarde de sus méritos y buenas obras; pero su influencia siempre estaba del lado del bien. ¿Y cuál fue su recompensa? Cuando el Señor pronunció sus juicios contra los hombres que habían rehusado escuchar su voz, dijo: "Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión". Números 14:24. Mientras que los cobardes y murmuradores perecieron en el desierto, el fiel Caleb tenía un hogar asegurado en la Canaán prometida (Testimonios para la iglesia, t. 5,
p. 283).
Estos hombres [los diez espías], habiéndose iniciado en una conducta errónea, se opusieron tercamente a Caleb y Josué, así como a Moisés y a Dios mismo. Cada paso que daban hacia adelante los volvía más obstinados. Estaban resueltos a desalentar todos los esfuerzos tendientes a obtener la posesión de Canaán. Tergiversaron la verdad para apoyar su funesta influencia. "La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores", manifestaron. No solo era este un mal informe, sino que era una mentira y una inconsecuencia... Pero cuando los hombres entregan su corazón a la incredulidad, se colocan bajo el dominio de Satanás, y nadie puede decir hasta dónde los llevará. . .
A esto siguió pronto la rebelión abieria y el amotinamiento; porque Satanás ejercía absoluto dominio, y el pueblo parecía estar privado de razón... No solo acusaron a Moisés, sino también a Dios mismo, de haberlos engañado, al prometerles una tierra que ellos no podían poseer. Y llegaron hasta el punto de nombrar un capitán que los llevara de vuelta a la tierra de su sufrimiento y esclavitud, de la cual habían sido libertados por el brazo poderoso del Omnipotente (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 409, 410).
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