¿QUÉ ES EL SANTUARIO?
Las Escrituras contestan con claridad a la pregunta: ¿Qué es el Santuario? La palabra “santuario”, tal cual la usa la Biblia, se refiere, en primer lugar, al tabernáculo que construyó Moisés, como figura o imagen de las cosas celestiales; y, en segundo lugar, al “verdadero tabernáculo” en el cielo, hacia el cual señalaba el Santuario terrenal. Muerto Cristo, terminó el ritual típico. El “verdadero tabernáculo” en el cielo es el Santuario del nuevo pacto. Y como la profecía de Daniel 8:14 se cumple en esta dispensación, el Santuario al cual se refiere debe ser el Santuario del nuevo pacto. Cuando terminaron los 2.300 días, en 1844, hacía muchos siglos que no había Santuario en la tierra. De manera que la profecía: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario”, se refiere indudablemente al Santuario que está en el cielo (El conflicto de los siglos, p. 412).
Directamente delante del arca, pero separado por las cortina, estaba el altar de oro del incienso. El fuego que ardía en ese altar había sido encendido por Dios mismo, y se lo cuidaba reverentemente alimentándolo con tanto incienso, que llenaba el Santuario con su humo fragante de día y de noche. Su perfume se extendía por kilómetros a la redonda en torno del tabernáculo. Cuando el sacerdote ofrecía el incienso delante del Señor, miraba hacia el propiciatorio. Aunque no lo veía, sabía que estaba allí, y cuando el incienso se elevaba como una nube, la gloria del Señor descendía sobre el propiciatorio y llenaba el Lugar Santísimo y era visible también en el Lugar Santo, y esa gloria a menudo llenaba de tal modo ambos compartimientos, que el sacerdote se veía impedido de oficiar y obligado a mantenerse de pie junto a la puerta del tabernáculo.
El sacerdote que en el Lugar Santo dirigía sus plegarias por fe hacia el propiciatorio, que no podía ver, representa al pueblo de Dios que dirige sus plegarias a Cristo quien se encuentra frente al propiciatorio del Santuario celestial. No puede ver a su Mediador con sus ojos naturales, pero mediante el ojo de la fe puede ver a Cristo frente al propiciatorio, y le dirige sus oraciones, y con seguridad suplica los beneficios de su obra mediadora (La historia de la redención, p. 158).
Habiendo asumido la humanidad, Cristo llegó a ser uno con la humanidad y, al mismo tiempo reveló el Padre a los seres humanos pecaminosos. Era semejante a sus hermanos en todo. Fue hecho carne, igual que nosotros. Le daba hambre y sed y se cansaba. Se sostenía comiendo y se refrescaba durmiendo. Se hermanó con los hombres, y, sin embargo, era el inmaculado Hijo de Dios. Fue un peregrino y advenedizo en la tierra, estaba en el mundo, pero no era del mundo; tentado y probado como los hombres y mujeres son tentados y probados, pero viviendo una vida libre de pecado.
Tierno, compasivo, comprensivo, siempre amable con los demás, representaba el carácter de Dios, y estaba continuamente empeñado en el servicio hacia Dios y los hombres.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14
(Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 301).
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