EL VELO DE LA INCREDULIDAD
Los judíos se negaron a aceptar a Cristo como el Mesías, y no pueden ver que sus ceremonias no tienen sentido, que los sacrificios y las ofrendas han perdido su significado. El velo puesto por ellos mismos en obstinada incredulidad aún está delante de sus mentes. Sería quitado si aceptaran a Cristo, la justicia de la ley.
En el mundo cristiano muchos también tienen un velo delante de sus ojos y corazón. No ven el fin de lo que iba a perecer. No ven que sólo era la ley ceremonial la que iba a ser abrogada con la muerte de Cristo. Pretenden que la ley moral fue clavada en la cruz. Pesado es el velo que oscurece su entendimiento. Los corazones de muchos están en guerra con Dios. No están sometidos a su ley. Sólo cuando se pongan en armonía con la regla del gobierno de Cristo, él puede ser de valor para ellos. Pueden hablar de Cristo como su Salvador, pero él les dirá finalmente: No os conozco. No os habéis arrepentido en forma genuina ante Dios por la transgresión de su santa ley, y no podéis tener fe genuina en mí, pues mi misión era ensalzar la ley de Dios...
La ley moral nunca fue un símbolo o una sombra. Existía antes de la creación del hombre, y durará mientras permanezca el trono de Dios. Dios no podía cambiar o alterar un precepto de su ley a fin de salvar al hombre, pues la ley es el fundamento de su gobierno. Es inmutable, inalterable, infinita y eterna. Y para que el hombre fuera salvado y se mantuviera el honor de la ley, fue necesario que el Hijo de Dios se ofreciera a sí mismo en sacrificio por el pecado. El que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros. Murió por nosotros en el Calvario. Su muerte demuestra el maravilloso amor de Dios por el hombre y la inmutabilidad de su ley (RH 22-4-1902).
La muerte de Cristo por la redención del hombre levanta el velo y proyecta un torrente de luz que llega a centenares de años en el pasado, sobre toda la institución del sistema judaico de religión. Todo ese sistema no tenía significado sin la muerte de Cristo. Los judíos rechazan a Cristo, y por lo tanto para ellos todo su sistema de religión es indefinido, inexplicable e incierto. Atribuyen tanta importancia a caducas ceremonias de símbolos que se cumplieron o se encontraron con su realidad simbolizada, como se la dan a la ley de los Diez Mandamientos, la cual no es una sombra sino una realidad tan perdurable como el trono de Jehová. La muerte de Cristo ensalza el sistema judío de símbolos y ceremonias, mostrando que habían sido señaladas por Dios y con el propósito de conservar viva la fe en los corazones de su pueblo (RH 6-5-1875).
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