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jueves, 27 de mayo de 2021

MAYORDOMOS DE DIOS

MAYORDOMOS DE DIOS
El Hogar Cristiano, Capítulo 60

DEBEMOS RECONOCER LA PROPIEDAD DE DIOS—El cimiento de la integridad comercial y del verdadero éxito es el reconocimiento del derecho de propiedad de Dios. El Creador de todas las cosas es el propietario original. Nosotros somos sus mayordomos. Todo lo que tenemos es depósito suyo para ser usado de acuerdo con sus indicaciones. 

Es ésta una obligación que pesa sobre cada ser humano. Tiene que ver con toda la esfera de la actividad humana. Reconozcámoslo o no, somos mayordomos provistos por Dios de talentos y facilidades y colocados en el mundo para hacer una obra asignada por él.

El dinero no es nuestro; ni nos pertenecen las casas, los terrenos, los cuadros, los muebles, los atavíos y los lujos. Tenemos tan sólo una concesión de las cosas necesarias para la vida y la salud. ... Las bendiciones temporales nos son dadas en cometido, para comprobar si se nos pueden confiar riquezas eternas. Si soportamos la prueba de Dios, recibiremos la posesión adquirida que ha de ser nuestra: gloria, honra e inmortalidad.

TENDREMOS QUE DAR CUENTA—Si nuestros hermanos quisieran tan sólo dedicar a la causa de Dios el dinero que les ha sido confiado, la porción que gastan en complacencias egoístas, en idolatría, depositarían un tesoro en el cielo y harían precisamente la obra que Dios les pide que hagan. Pero como el rico de la parábola, viven suntuosamente. Gastan pródigamente el dinero que Dios les prestó en custodia, a fin de que lo usasen para gloria de su nombre. No se detienen a considerar su responsabilidad ante Dios, ni recuerdan que antes de mucho llegará el día en que habrán de dar cuenta de su mayordomía.

Siempre debemos recordar que en el juicio confrontaremos la anotación de cómo usamos el dinero de Dios. Se gasta mucho en la complacencia propia, en cosas que no nos reportan beneficio verdadero alguno, sino que nos dañan realmente. Cuando comprendamos que Dios es quien da todo lo bueno y que el dinero es suyo, lo gastaremos sabiamente y conforme a su santa voluntad. No nos regiremos por las costumbres y modas del mundo. No ajustaremos nuestros deseos a sus prácticas, ni permitiremos que nos dominen nuestras inclinaciones.

En nuestro uso del dinero haremos de él un agente de mejoramiento espiritual porque lo consideraremos como un cometido sagrado, que no ha de emplearse para fomentar el orgullo, la vanidad, el apetito o la pasión.

Me fué mostrado que el ángel registrador anota fielmente toda ofrenda dedicada a Dios y puesta en la tesorería, y también el resultado final de los recursos así consagrados. El ojo de Dios reconoce todo centavo dedicado a su causa y la buena o mala disposición del dador. El motivo que impulsa a dar es también anotado.

LA FAMILIA DEBE DAR SISTEMÁTICAMENTE—“El primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, para guardarlo, según haya prosperado.” Cada miembro de la familia, desde el mayor hasta el menor, puede tomar parte en esta obra de benevolencia. ... El plan de la benevolencia sistemática* resultará para cada familia en una salvaguardia contra las tentaciones a gastar recursos en cosas innecesarias, y será especialmente una bendición para los ricos al guardarlos de cometer prodigalidades. 

Cada semana lo que Dios requiere de cada familia debe ser recordado por cada uno de sus miembros para cumplir plenamente el plan; y en la medida en que se haya negado alguna cosa superflua a fin de tener recursos que poner en la tesorería, quedarán inculcadas en su corazón lecciones valiosas en cuanto a ser abnegados para gloria de Dios. Una vez a la semana cada uno se ve frente a frente con lo que ha hecho durante la semana anterior, frente a los medios que podría tener si hubiese sido económico y a los recursos que no tiene por haberse complacido a sí mismo, y, como si fuera emplazada delante de Dios, su conciencia le aprueba o le acusa. Aprende que para conservar la paz del espíritu y el favor de Dios, debe comer, beber y vestir para gloria de él.

EN PRIMER LUGAR, LO QUE DIOS REQUIERE—Los requerimientos de Dios ocupan el primer lugar. No estamos haciendo su voluntad si le consagramos lo que queda de nuestra entrada después que han sido suplidas todas nuestras necesidades imaginarias. Antes de consumir cualquier parte de nuestras ganancias, debemos sacar y presentar a Dios la porción que él exige. En la antigua dispensación, se mantenía siempre ardiendo sobre el altar una ofrenda de gratitud, para demostrar así la infinita obligación del hombre hacia Dios. Si nuestros negocios seculares prosperan, ello se debe a que Dios nos bendice. Una parte de estos ingresos debe consagrarse a los pobres, y una gran porción debe dedicarse a la causa de Dios. Cuando se le devuelve a Dios lo que él pide, el resto será santificado y bendecido para nuestro propio uso. Pero cuando un hombre roba a Dios reteniendo lo que él requiere, su maldición recae sobre el conjunto.

RECORDEMOS A LOS POBRES—Para que representemos el carácter de Cristo, toda partícula de egoísmo tendrá que ser expelida del alma. En el cumplimiento de la obra que él confió a nuestras manos, será necesario que demos cada jota y tilde que podamos ahorrar de nuestros recursos. Llegarán a nuestro conocimiento casos de pobreza y angustia en ciertas familias, y habrá que aliviar a personas afligidas y dolientes. Muy poco sabemos del sufrimiento humano que nos rodea por todas partes; pero al tener oportunidad para ello debemos estar listos para prestar inmediata asistencia a los que están bajo severa presión.

Al despilfarrar dinero en lujos se priva a los pobres de los recursos necesarios para suplirles alimentos y ropas. Lo gastado para complacer el orgullo, en vestimenta, edificios, muebles y adornos, aliviaría la angustia de muchas familias pobres y dolientes. Los mayordomos de Dios han de servir a los menesterosos.

EL REMEDIO DE DIOS PARA LA CODICIA—La costumbre de dar, que es fruto de la abnegación, ayuda en forma admirable al dador. Le imparte una educación que le habilita para comprender mejor la obra de Aquel que anduvo haciendo bienes, aliviando a los dolientes y supliendo las necesidades de los indigentes.

La benevolencia abnegada y constante es el remedio de Dios para los pecados roedores del egoísmo y de la codicia. Dios ordenó la benevolencia sistemática para sostener su causa y aliviar las necesidades de los dolientes y menesterosos. Mandó que se adquiera el hábito de dar, a fin de contrarrestar el peligroso y engañoso pecado de la codicia. El dar de continuo ahoga la codicia. La benevolencia sistemática está destinada por Dios a arrebatar los tesoros de los codiciosos a medida que los adquieren, para consagrarlos al Señor, a quien pertenecen. ... 

La práctica constante del plan divino de la benevolencia sistemática debilita la codicia y fortalece la benevolencia. Cuando aumentan las riquezas, los hombres, aun los que profesan la piedad, aferran su corazón a ellas; y cuanto más tienen, menos dan a la tesorería del Señor. De modo que las riquezas hacen egoístas a los hombres, y el acumularlas alimenta la codicia; son males que quedan fortalecidos por el ejercicio activo. Dios conoce nuestro peligro y nos ha rodeado de medios destinados a impedir nuestra ruina. Requiere que practiquemos constantemente la benevolencia, a fin de que la fuerza del hábito de las buenas obras quebrante la fuerza del hábito adquirido en la dirección opuesta.12 HC 335.4

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