EL SEXTO MANDAMIENTO
La vida es un don precioso
"No matarás"
(Éxodo 20:13)
Dios es el dador de la vida. Él sopló dentro del primer hombre el aliento de vida (Génesis 2:7), y su plan es darle a cada ser humano una oportunidad de vida verdadera—vida eterna como sus hijos e hijas en su Reino.
Jesucristo dijo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Él desea que todos se arrepientan y reciban salvación (1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Esta vida física es el campo de entrenamiento para esa vida futura.
Dios valora la vida enormemente. Él nos dice que escojamos la vida: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19).
Dios mostró el valor de la vida humana al requerir la pena capital por el homicidio de otra persona (Éxodo 21:12, 14). Desde luego, cuando alguien mataba accidentalmente a otro ser humano, el castigo era diferente (Éxodo 21:13; Números 35:11).
La intención espiritual del sexto mandamiento
Jesucristo detalló el sexto mandamiento para enfatizar su intento espiritual. Él nos dijo que no nos debemos enojar sin causa ni debemos permitir que el enojo nos lleve a violentarnos contra otra persona o abusemos de ella verbalmente:
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpado de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio [que significa “cabeza hueca”], a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:21-22).
Hay un enojo justo (Dios se enoja contra el pecado, como muestra Hebreos 3:17), pero debe ser controlado, tal como Dios lo hace con paciencia y misericordia. Joel 2:13 nos muestra esto, y nos alienta a apelar a la misericordia de Dios:
“Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos al Eterno vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo”.
El odio es homicidio
La Biblia muestra que el odio es una actitud homicida. El apóstol Juan escribió: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15).
La Biblia también muestra los peligros de nuestras palabras y que nosotros podemos cometer homicidio con nuestras lenguas (Proverbios 18:21).
“Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad.
La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Santiago 3:5-8).
Debemos reemplazar el odio—la actitud de homicidio—con amor, y mostrarlo con hechos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos.
El que no ama a su hermano, permanece en muerte. … Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:14, 17-18).
No debemos odiar ni a un enemigo, sino amar, bendecir, hacer bien y orar por ellos. Como Jesucristo enseñó en el Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:43-45).
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